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Un rey y dos deudores

By Pbro. Mario Montes M. Junio 06, 2020

¿Cómo nos impactan los personajes de esta parábola? ¿El rey? ¿El empleado deudor sin compasión con su deudor, también? ¿Cómo nos trata Dios, cuando perdona? ¿Cómo tratamos nosotros a los hermanos, que nos deben algo o mucho?

 

La parábola del perdón de Mt 18,21-35, que escuchamos durante el tiempo de Cuaresma (martes, III Semana), el miércoles 19ª Semana del Tiempo Ordinario (el próximo 19 de agosto) y en el Domingo 24° del Tiempo Ordinario, ciclo A (el próximo 13 de setiembre), nos presentan a varios deudores: el servidor moroso ante su amo y, a su vez, un deudor sin pagar de este siervo. Vamos a conocerlos:

Pedro se acercó entonces y le dijo (a Jesús): “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?” Le dijo Jesús: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. “Por eso el Reino de los Cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Al empezar a ajustarlas, le fue presentado uno que le debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, ordenó el señor que fuera vendido él, su mujer y sus hijos y todo cuanto tenía, y que se le pagara. Entonces el siervo se echó a sus pies, y postrado le decía: 'Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré.' Movido a compasión el señor de aquel siervo, le dejó ir y le perdonó la deuda.

Al salir de allí aquel siervo se encontró con uno de sus compañeros, que le debía cien denarios; le agarró y, ahogándole, le decía: 'Paga lo que debes.' Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba: 'Ten paciencia conmigo, que ya te pagaré.' Pero él no quiso, sino que fue y le echó en la cárcel, hasta que pagara lo que debía. Al ver sus compañeros lo ocurrido, se entristecieron mucho, y fueron a contar a su señor todo lo sucedido.

Su señor entonces le mandó llamar y le dijo: 'Siervo malvado, yo te perdoné a ti toda aquella deuda porque me lo suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, del mismo modo que yo me compadecí de ti?' Y encolerizado su señor, lo entregó a los verdugos hasta que pagara todo lo que le debía. Esto mismo hará con ustedes mi Padre celestial, si no perdonan de corazón cada uno a su hermano.

Un rey magnánimo y un siervo sin misericordia

Este pasaje impactante del Evangelio de san Mateo, nos invita a una reflexión sobre el misterio del perdón, proponiendo un paralelismo o comparación entre el estilo de Dios y el nuestro a la hora de perdonar. Pedro (y nosotros hoy), se atreve a medir y a llevar la cuenta de su magnanimidad perdonadora, al preguntar a Jesús: “Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces?” (Mt 18,21). A Pedro le parece que siete veces ya es mucho o que es, a lo mejor,  el máximo que podríamos soportar. Pero, bien visto, Pedro resulta todavía espléndido, si lo comparamos con el servidor de la parábola que, cuando encontró a su compañero que le debía cien denarios, “le agarró y, ahogándole, le decía: ‘Paga lo que debes’…” (Mt 18,28), negándose a escuchar su súplica y la promesa de pago.

Además, hemos de tomar en cuenta que el número siete, que pone Pedro ante Jesús, era simbólico. Para un judío de entonces, era una cifra sagrada, que simbolizaba la perfección. Estas dos cifras -7 y sus múltiplos- eran en el libro del Génesis 4,23-, la expresión máxima de la escalada de la violencia: los hijos de Caín se vengan 77 veces, es decir, el mal se multiplica en progresión geométrica; la violencia atrae más violencia: “Lamec dice: ‘Por una herida que recibí maté a un hombre. Si a Caín se le venga siete veces, a Lamec, setenta y siete’. Jesús, pues, enseña todo lo contrario.

Pues bien, echadas las cuentas, aquel hombre, o se niega a perdonar, o mide estrictamente a la baja su perdón. Verdaderamente, nadie diría que venimos de recibir de parte de Dios, un perdón infinitamente reiterado y sin límites. La parábola dice: “Movido a compasión, el señor de aquel siervo le dejó en libertad y le perdonó la deuda” (Mt 18,27). Y eso que la deuda era muy grande. Diez mil talentos es una cifra desproporcionada que sólo un rey podría poseer.

Para hacernos una idea: un talento equivale a 6.000 jornadas de trabajo y al empleado se le perdonaron diez mil talentos, lo que equivale a 60.000,000 de salario diarios. En cambio, el denario era lo que un obrero ganaba en un día. Y la cantidad de la cual el compañero le pedía que le concediera un plazo prorrogable para pagarle, era apenas de cien denarios, es decir 100 salarios diarios… Veamos, pues, el contraste brutal de ambas deudas en el relato.

Pero la parábola que comentamos, pone el acento en el estilo de Dios, a la hora de otorgar el perdón. Después de llamar al orden a su deudor moroso y de haberle hecho ver la gravedad de la situación, se dejó conmover repentinamente por su petición compungida y humilde: “Postrado le decía: ‘Ten paciencia conmigo, que todo te lo pagaré’. Movido a compasión...” (Mt 18,26-27). Este episodio pone en evidencia, aquello que cada uno de nosotros conoce por propia experiencia y con profundo agradecimiento: que Dios perdona sin límites al arrepentido y convertido. El final negativo y triste de la parábola, con todo, hace honor a la justicia y pone de manifiesto la verdad de aquella otra sentencia de Jesús en Lc 6,38: “Con la medida  con que midan, Dios los medirá a ustedes”.

Aquel rey misericordioso y magnánimo es un bello símbolo de Dios, dispuesto siempre a perdonar. El siervo, toda persona abierta a su amor o todo lo contrario: mezquina e implacable, incapaz de perdonar a quienes le ofenden. ¿En cuáles de estos personajes nos vemos reflejados? ¿Somos misericordiosos? ¿Cuánta paciencia y tolerancia abrigamos en nuestro corazón? ¿Tanta como Dios, que nos ha perdonado a nosotros “diez mil talentos”?  ¿Podría decirse de nosotros, que luego no somos capaces de perdonar “ni diez mil colones” a quien nos los deben? ¿Somos capaces, por ejemplo, de pedir para los pueblos del Tercer Mundo la condonación de sus deudas exteriores, impagables por lo demás, mientras en nuestro nivel doméstico, no nos decidimos a perdonar esas pequeñas deudas? Y no se trata precisamente de deudas pecuniarias.

Todo tiempo y no solo en la Cuaresma, es tiempo de perdón. De reconciliación en todas las direcciones, con Dios y con el prójimo. No pongamos excusas para no perdonar, pues Dios nos ha perdonado sin tantas distinciones. Que podamos hacer lo mismo nosotros (Mt 18,35), recordando siempre el inmenso amor que el Señor nos tiene.

Last modified on Sábado, 20 Junio 2020 19:23

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