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Sanando el mundo: amor y bien común

By Redacción Octubre 08, 2020

Catequesis en audiencia general, miércoles 9 de setiembre, 2020

 

La crisis que vivimos por la pandemia afecta a todos; saldremos mejor si todos buscamos el bien común; al contrario, saldremos peor. Desafortunadamente, estamos viendo el surgimiento de intereses partidistas. Por ejemplo, hay quienes quisieran apropiarse de posibles soluciones, como en el caso de las vacunas, para luego venderlas a otros. Algunos aprovechan la situación para fomentar divisiones: buscar ventajas económicas o políticas, generando o incrementando conflictos. Otros simplemente no se interesan por el sufrimiento de los demás, pasan y siguen su propio camino (cf. Lc 10, 30-32). Son los devotos de Poncio Pilato, se lavan las manos.

La respuesta cristiana a la pandemia y las consiguientes crisis socioeconómicas se basa en el amor, sobre todo en el amor de Dios que siempre nos precede (cf. 1 Jn 4,19). Él nos ama primero, siempre nos precede en amor y soluciones. Él nos ama incondicionalmente, y cuando damos la bienvenida a este amor divino, podemos responder de manera similar. 

Amo no solo a los que me aman: mi familia, mis amigos, mi grupo, sino también a los que no me aman, también amo a los que no me conocen, también amo a los que son extranjeros, y también a los que me hacen sufrir o considero enemigos (cf. Mt5.44). Esta es la sabiduría cristiana, esta es la actitud de Jesús. Y el punto más alto de la santidad, por así decirlo, es amar a los enemigos, y no es fácil. Por supuesto, amar a todos, incluidos los enemigos, es difícil, ¡yo diría que es un arte! Pero un arte que se puede aprender y mejorar. El verdadero amor, que nos hace fecundos y libres, es siempre expansivo e inclusivo. Este amor sana, sana y hace bien. Muchas veces una caricia hace más bien que muchos argumentos, una caricia de perdón y no tantos argumentos para defenderse. Es el amor inclusivo el que sana.

El coronavirus nos muestra que el verdadero bien para todos es un bien común, no solo individual y, a la inversa, el bien común es un verdadero bien para la persona. Si una persona busca solo su propio bien, es egoísta. En cambio, la persona es más persona, cuando su propio bien lo abre a todos, lo comparte. Además de ser individual, la salud también es un bien público. Una sociedad sana es aquella que cuida la salud de todos.

Un virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales y políticas debe enfrentarse a un amor sin barreras, fronteras ni distinciones. Este amor puede generar estructuras sociales que nos animen a compartir más que a competir, que nos permitan incluir a los más vulnerables y no descartarlos, y que nos ayuden a expresar lo mejor de nuestra naturaleza humana y no lo peor. El verdadero amor no conoce la cultura del descarte, no sabe qué es. En efecto, cuando amamos y generamos creatividad, cuando generamos confianza y solidaridad, es allí donde surgen iniciativas concretas para el bien común. Y esto es cierto tanto a nivel de pequeñas y grandes comunidades, como a nivel internacional. Lo que se hace en la familia, lo que se hace en el barrio, lo que se hace en el pueblo, lo que se hace en la gran ciudad e internacionalmente es lo mismo: es la misma semilla que crece y da fruto. Si tú en la familia, en el barrio, empiezas con la envidia, con la lucha, al final habrá una “guerra”. En cambio, si comienza con el amor, para compartir el amor, el perdón, entonces habrá amor y perdón para todos.

Por el contrario, si las soluciones a la pandemia llevan la impronta del egoísmo, ya sea de personas, empresas o naciones, quizás podamos salirnos del coronavirus, pero ciertamente no de la crisis humana y social que el virus ha resaltado y acentuado. Por lo tanto, ¡tenga cuidado de no construir sobre la arena (cf. Mt 7, 21-27)! Para construir una sociedad sana, inclusiva, justa y pacífica, debemos hacerlo sobre la base del bien común.  El bien común es una roca. Y esta es la tarea de todos nosotros, no solo de algunos especialistas. Santo Tomás de Aquino dijo que la promoción del bien común es un deber de justicia que incumbe a todo ciudadano. Todo ciudadano es responsable del bien común. Y para los cristianos también es una misión. Como enseña San Ignacio de Loyola, orientar nuestros esfuerzos diarios hacia el bien común es una forma de recibir y difundir la gloria de Dios.

 

"Un virus que no conoce barreras, fronteras o distinciones culturales y políticas debe enfrentarse a un amor sin barreras, fronteras ni distinciones". 

Papa Francisco

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