El testimonio de los ancianos es creíble para los niños: los jóvenes y los adultos no son capaces de hacerlo tan auténtico, tan tierno, tan conmovedor, como pueden hacerlo los ancianos, los abuelos. Cuando la persona mayor bendice la vida que le llega, dejando de lado todo resentimiento por la vida que se va, es irresistible.
No está amargado porque el tiempo pasa y se va: no. Es con esa alegría del buen vino, del vino que se ha hecho bueno con los años. El testimonio de los ancianos une las edades de la vida y las propias dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro, porque no son sólo la memoria, son el presente y también la promesa. Es doloroso -y perjudicial- ver las edades de la vida concebidas como mundos separados y en competencia, cada uno de los cuales trata de vivir a expensas del otro: esto es un error. La humanidad es antigua, muy antigua, si miramos la hora del reloj. Pero el Hijo de Dios, que nació de mujer, es el Primero y el Último de todos los tiempos. Significa que nadie queda fuera de su generación eterna, de su poder maravilloso, de su cercanía amorosa.
La alianza -y digo alianza- la alianza de los viejos y los niños salvará a la familia humana. Donde los niños, donde los jóvenes hablan con los ancianos, hay un futuro; si no existe este diálogo entre viejos y jóvenes, el futuro no está claro. La alianza de ancianos y niños salvará a la familia humana. ¿Podríamos devolver a los niños, que tienen que aprender a nacer, el tierno testimonio de los ancianos que poseen la sabiduría de la muerte? ¿Podrá esta humanidad, que con todos sus progresos nos parece una adolescente nacida ayer, recuperar la gracia de una vejez que encierra el horizonte de nuestro destino?
La muerte es ciertamente un pasaje difícil en la vida, para todos nosotros. Todos tenemos que ir allí, pero no es fácil. Pero la muerte es también el paso que cierra el tiempo de la incertidumbre y desconecta el reloj: es difícil, porque ese es el paso de la muerte. Porque la belleza de la vida, que ya no tiene fecha de caducidad, comienza justo en ese momento. Pero comienza con la sabiduría de ese hombre y esa mujer, los ancianos, que son capaces de dar el relevo a los jóvenes.
Pensemos en el diálogo, en la alianza de los ancianos y los niños, de los ancianos con los jóvenes, y hagamos que este vínculo no se rompa. Que los viejos tengan la alegría de hablar, de expresarse con los jóvenes, y que los jóvenes busquen a los viejos para tomar de ellos la sabiduría de la vida.