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Catequesis del Papa: "Testigos de Jesús, también en la debilidad"

By Redacción Junio 23, 2022

Catequesis en audiencia general, miércoles 22 de junio, 2022

 

En nuestro recorrido de catequesis sobre la vejez, hoy meditamos sobre el diálogo entre Jesús resucitado y Pedro al final del Evangelio de Juan (21,15-23). Es un diálogo conmovedor, en el que se refleja todo el amor de Jesús por sus discípulos, y también la sublime humanidad de su relación con ellos, en particular con Pedro: una relación tierna, pero no empalagosa, directa, fuerte, libre, abierta. Una relación de hombres y en la verdad. Así, el Evangelio de Juan, tan espiritual, tan elevado, se cierra con una vehemente petición y ofrenda de amor entre Jesús y Pedro, que se entrelaza, con toda naturalidad, con una discusión entre ambos.

Podemos preguntarnos: ¿somos capaces nosotros de custodiar el tenor de esta relación de Jesús con los discípulos, según su estilo tan abierto, tan franco, tan directo, tan humanamente real? ¿Cómo es nuestra relación con Jesús? ¿Es así, como la de los apóstoles con Él? ¿No estamos, sin embargo, muy a menudo tentados a encerrar el testimonio del Evangelio en la crisálida de una revelación “azucarada”, a la que añadimos nuestra veneración de circunstancia? Esta actitud, que parece de respeto, en realidad nos aleja del verdadero Jesús, e incluso se convierte en ocasión para un camino de fe muy abstracto, muy autorreferencial, muy mundano, que no es el camino de Jesús. Jesús es el Verbo de Dios hecho hombre, y Él se comporta como hombre, Él nos habla como hombre, Dios-hombre. Con esta ternura, con esta amistad, con esta cercanía. Jesús no es como esa imagen azucarada de las estampitas, no: Jesús está a la mano, está cerca de nosotros.

En el transcurso de la discusión de Jesús con Pedro, encontramos dos pasajes que se refieren precisamente a la vejez y a la duración del tiempo: el tiempo del testimonio, el tiempo de la vida. El primer paso es la advertencia de Jesús a Pedro: cuando eras joven eras autosuficiente, cuando seas viejo ya no serás tan dueño de ti y de tu vida.

Y también tu testimonio -dice Jesús- irá acompañado de esta debilidad. Tú debes ser testigo de Jesús también en la debilidad, en la enfermedad y en la muerte.

Este coloquio entre Jesús y Pedro contiene una enseñanza valiosa para todos los discípulos, para todos nosotros creyentes. Y también para todos los ancianos. Aprender de nuestra fragilidad y expresar la coherencia de nuestro testimonio de vida en las condiciones de una vida ampliamente confiada a otros, ampliamente dependiente de la iniciativa de otros. Con la enfermedad, con la vejez la dependencia crece y ya no somos autosuficientes como antes; crece la dependencia de los otros y también ahí madura la fe, también ahí está Jesús con nosotros, también ahí brota esa riqueza de la fe bien vivida durante el camino de la vida.

Pero de nuevo debemos preguntarnos: ¿disponemos de una espiritualidad realmente capaz de interpretar el período -ahora largo y extendido- de este tiempo de nuestra debilidad confiada a los demás, más que al poder de nuestra autonomía? ¿Cómo permanecer fieles al seguimiento vivido, al amor prometido, a la justicia buscada cuando éramos capaces de tomar iniciativas, en el tiempo de la fragilidad, en el tiempo de la dependencia, de la despedida, en el tiempo de alejarse del protagonismo de nuestra vida? No es fácil alejarse del ser protagonista, no es fácil.

Este nuevo tiempo es también un tiempo de prueba, ciertamente. Empezando por la tentación -muy humana, sin duda, pero también muy insidiosa- de conservar nuestro protagonismo. Y a veces el protagonismo debe disminuir, debe abajarse, aceptar que la vejez te disminuye como protagonista. Pero tendrás otra forma de expresarte, otra forma de participar en la familia, en la sociedad, en el grupo de los amigos.

Nosotros ancianos no deberíamos tener envidia de los jóvenes que toman su camino, que ocupan nuestro lugar, que duran más que nosotros. El honor de nuestra fidelidad al amor jurado, la fidelidad al seguimiento de la fe que hemos creído, incluso en las condiciones que nos acercan a la despedida de la vida, son nuestro título de admiración para las generaciones venideras y de reconocimiento agradecido por parte del Señor.

Aprender a despedirse: esta es la sabiduría de los ancianos. Pero despedirse bien, con la sonrisa; aprender a despedirse en sociedad, a despedirse con los otros. La vida del anciano es una despedida, lenta, lenta, pero una despedida alegre: he vivido la vida, he conservado mi fe. Esto es hermoso, cuando un anciano puede decir esto: “He vivido la vida, esta es mi familia; he vivido la vida, he sido un pecador, pero también he hecho el bien”. Y esta paz que viene, esta es la despedida del anciano.

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