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Viernes, 10 Octubre 2025
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Un teatro de vínculos

By Dr. Willy Chaves Cortés, OFS Orientador Familiar, UJPll / Doctor en Humanidades, UPF Septiembre 12, 2025

Una tarde de septiembre, mis queridos amigos, Irene López, Ricardo Oreamuno, Paul Alfaro y mi hermano Edelito Pérez, me llamaron para vernos en medio del dolor que deja la reciente muerte de mi madre. No me han dejado solo: diariamente recibo sus llamadas y mensajes. Siempre les digo que me siento huérfano al saber que no volveré a ver a mi madre, pero encuentro paz porque la amé y fui un buen hijo. Aun así, la ausencia pesa y la memoria se hace presente en cada gesto, en cada silencio, en cada palabra que se cruza entre nosotros.

Decidimos reunirnos en la casa de Ricardo Oreamuno. Al vernos, nos abrazamos y nos prometimos que siempre estaríamos juntos, que nuestra amistad era sincera y profunda, y que nos unían vínculos de afecto, intereses intelectuales y deseos de ayudar a los demás.

En medio de las risas y el silencio que se rompe con el consuelo, les comento que en uno de mis diálogos con Pepe y con doña Katherine Müller hablamos ampliamente de Friedrich Wilhelm Nietzsche y Sigmund Freud.

Me compartieron que ellos mismos me escucharon decir que debo volver al teatro, que debo retomar la actuación, y que mi experiencia en el Centro Luis Amigó puede servir para montar una obra de teatro basada en las ideas de Nietzsche y Freud, que aborde la problemática social de la niñez en abandono y los jóvenes en conflicto con la ley.

Irene toma la palabra y propone una idea audaz: ¿por qué no somos nosotros quienes escribimos esa obra y la actuamos? ¿Por qué no involucramos también a jóvenes del Centro Amigó para que sean parte de este proyecto? Su pregunta resuena como un llamado a la acción, a convertir el dolor personal en un motor de cambio social. En su propuesta late la convicción de que el arte puede transformar realidades, y que la escena, cuando se nutre de experiencia y compromiso, tiene el poder de abrir conversaciones difíciles.

Nietzsche, con su crítica a la moral de la sombra y su llamado a crear valores propios, podría ofrecer un marco para explorar la culpa, la responsabilidad y la libertad que confrontan a una juventud invisible para la sociedad: la que abandona a sus niños, la que se desorienta ante un mundo que parece no escuchar. Freud, por su parte, aporta un lente para entender las tensiones internas, los conflictos entre deseo y represión, la búsqueda de identidad y el peso de las cicatrices que se heredan y se transmiten. Juntos, estos pensadores permiten urdir una obra que no se limite a denunciar, sino que invite a la acción, a la empatía y a la responsabilidad compartida.

En el marco del Centro Luis Amigó, la actuación puede convertirse en un puente entre la experiencia vivida y la reflexión teórica. La idea de incorporar a jóvenes del centro no es un simple recurso artístico, sino una oportunidad para que ellos mismos se conviertan en protagonistas de una narrativa que les pertenece.

La puesta en escena podría explorar, con sensibilidad, las historias de abandono, las tensiones con la autoridad, las búsquedas de pertenencia y el deseo de justicia. Sería un teatro que no evita el dolor, sino que lo confronta con la posibilidad de agencia y transformación.

La propuesta plantea, además, un diálogo entre generaciones. La experiencia de quienes ya han vivido pérdidas, como la mía, convoca a la experiencia de los jóvenes que buscan un lugar en la sociedad.

En la práctica, esto podría significar talleres de escritura y actuación que permitan a los participantes generar sus propias escenas a partir de su realidad. También podría incluir sesiones de lectura y análisis de Nietzsche y Freud adaptadas a un lenguaje accesible, para que la reflexión no sea un ejercicio académico aislado, sino una experiencia vivencial que se traduzca en escenas que el público pueda sentir y cuestionar.

La obra podría estructurarse en actos que sigan un arco emocional y ético. En un primer acto, la escena podría presentar la fragilidad de la familia, el dolor de la pérdida y la sensación de orfandad que describo en mis palabras.

Un segundo acto podría introducir la presión social y las dinámicas de poder que afectan a los jóvenes en conflicto con la ley, mostrando las contradicciones entre deseo de libertad y búsqueda de límites.

En un tercer acto, Nietzsche podría invitarnos a crear nuestros propios valores frente a un mundo que parece deshumanizarse, mientras Freud ofrece herramientas para entender las motivaciones profundas que llevan a conductas autodestructivas o desadaptativas. Un cierre posible sería una invitación a la cooperación, a la construcción de vínculos de apoyo, y a la acción colectiva para sanar a la comunidad.

La escena, además, podría incorporar recursos de la tradición teatral local: la conversación íntima y el juego de sombras, la música que acompaña a la memoria, el uso de textos breves que funcionen como chispas de pensamiento.

El lenguaje no debe ser pedante, sino poético y claro, capaz de atravesar las barreras entre el pensamiento filosófico y la experiencia cotidiana. Se puede apostar por una dramaturgia que combine monólogos íntimos con intervenciones corales de los jóvenes del Centro Amigó, permitiendo que cada voz aporte una capa de intensidad y verdad.

La dimensión ética de este proyecto es crucial. Si decidimos involucrar a jóvenes en conflicto con la ley, debemos garantizar un entorno seguro y de apoyo, con acompañamiento profesional y un marco claro de consentimiento y responsabilidad.

La obra no debe instrumentalizarlos, sino dignificarlos y darles un espacio de expresión y agencia. También es importante que la producción cuente con un equipo de acompañamiento psicosocial, para escuchar y atender posibles desencadenantes emocionales que puedan surgir durante el proceso creativo. Este cuidado es, en sí mismo, una forma de justicia social y de ética performática.

Otro pilar es la claridad de objetivos: ¿qué queremos lograr con esta obra? ¿Conectar con una audiencia que suele estar al margen? ¿Abrir espacios de diálogo con familias, docentes, autoridades y comunidades? ¿Fomentar hábitos de lectura y reflexión crítica sobre filosofía, psicología y derechos de la infancia? Definir metas claras ayudará a orientar la escritura, la dirección, la selección de textos y la manera en que se entrena a los jóvenes intérpretes para que la experiencia sea formativa y transformadora.

En este viaje creativo, la memoria de mi madre funciona como faro y motor. Su amor y su recuerdo sostienen mi decisión de volver al escenario, de retomar la actuación y de canalizar el dolor en una obra que hable de la vida y de la responsabilidad colectiva. La muerte de una figura materna podría haber significado un cierre, pero para mí significa una apertura: una invitación a construir algo que perdure y que sirva a quienes, como mis amigos y los jóvenes del Centro Amigó, buscan un lugar en el mundo, una voz, y un sentido de pertenencia.

La colaboración entre Nietzsche y Freud en este proyecto no debe entenderse como una síntesis fría de ideas, sino como un reencuentro humano: Nietzsche que desafía los límites y propone crear valores desde la propia voluntad; Freud que, desde el inconsciente, nos alerta sobre las raíces de nuestras conductas y nos invita a la comprensión y la empatía.

El teatro puede ser ese espacio donde ambos principios dialogan, donde la voluntad se enfrenta a las pulsiones y, al mismo tiempo, se abre a la comprensión de otros. En esa intersección, el arte se vuelve una herramienta de justicia social, capaz de iluminar rincones de la niñez abandonada y de la juventud que necesita una oportunidad para mostrarse, para aprender, para crecer.

Finalmente, imagino una premiere que convoque a toda la comunidad: familiares, amigos, vecinos, jóvenes del Centro Amigó, docentes, profesionales del arte y la cultura.

Que la oscuridad del dolor se vea atravesada por luces de esperanza, por música que acompaña el tránsito de los personajes entre la culpa y la redención, por palabras que invitan a la acción.

Que quienes asistan se lleven no solo una experiencia estética, sino una experiencia ética: la convicción de que cada joven merece una oportunidad, de que cada historia merece ser escuchada y de que la memoria de quienes amamos puede convertirse en un impulso para transformar el mundo que nos rodea.

Este proyecto, nacido de la pérdida y fortalecerse en la amistad, puede no ser solo una obra de teatro, sino un testimonio vivo de que la cultura, cuando se comparte, tiene el poder de sanar y de construir puentes.

Nietzsche y Freud, en este marco, dejan de ser autores lejanos para convertirse en guías para mirar adentro y hacia afuera: hacia la responsabilidad que tenemos unos con otros y hacia la esperanza de un futuro donde la niñez abandonada y los jóvenes en conflicto encuentren, en la creatividad y en el acompañamiento, un camino de regreso a la dignidad y a la humanidad que nos hace a todos más humanos.

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