El Papa Francisco nos enseñó que “la misericordia es la mayor de las virtudes”, y que vivir en misericordia significa abrir el corazón y extender la mano sin condiciones. Como franciscano seglar, esta enseñanza resuena profundamente en mi vida.
La misericordia no es solo un acto puntual, sino una actitud constante que transforma corazones y comunidades.
Nos mostró que la alegría auténtica viene de amar sin reservas, de compartir con los demás, de vivir con sencillez y de confiar en la misericordia infinita de Dios.
Su ejemplo de humildad y sencillez fue una llamada a todos los laicos a ser testigos vivos del Evangelio en sus ambientes.
Él mismo se acercó a los pobres, visitó barrios marginados, abrazó a migrantes, a enfermos y a presos, recordándonos que la verdadera autoridad en la Iglesia es la que se ejerce en el servicio.
Como franciscano seglar, siento en mi corazón que esa misión de ser hermano de todos no es solo para los religiosos, sino para todos los bautizados, en cada rincón donde vivimos y trabajamos.
Su preocupación por la justicia social, por la protección del medio ambiente y por la dignidad de cada ser humano, fue una constante en su magisterio.
La encíclica Laudato Si’ nos invita a cuidar la creación, a vivir en armonía con la naturaleza y a promover una cultura del cuidado.
Como seglar franciscano, esa enseñanza me desafía a vivir en sencillez y a cuidar la tierra, que es un don de Dios, y a recordar que “la tierra no es una herencia de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos”.
Esa visión ecológica y social, tan en línea con la espiritualidad franciscana, nos llama a ser custodios de la creación y defensores de los más vulnerables.
El Papa Francisco también fue un promotor del diálogo interreligioso y ecuménico. En un mundo cada vez más dividido, su actitud de apertura y respeto fue un signo de esperanza.
Nos enseñó que “la paz no es solo la ausencia de guerra, sino la presencia de justicia, misericordia y fraternidad”. Como laico comprometido, siento que esa llamada a la fraternidad universal nos invita a construir puentes de diálogo y comprensión en nuestras comunidades, en nuestras familias y en nuestras relaciones interpersonales.
Su cercanía con los pobres y excluidos fue una manifestación concreta del amor de Cristo, que vino a servir y no a ser servido.
Como franciscano seglar, esto me interroga y me desafía a vivir con mayor intensidad esa vocación de ser hermanos de todos, especialmente de los más pequeños y desprotegidos. Nos enseñó que “el liderazgo en la Iglesia no es poder, sino servicio”, y que la verdadera autoridad se ejercita en la humildad, en el amor y en la cercanía.
En estos momentos de tristeza, elevamos nuestras oraciones al Espíritu Santo, pidiendo su guía en la elección del nuevo Papa.
Como seglar franciscano, confío en que Dios tiene un plan divino para su Iglesia. Que el Espíritu inspire a los cardenales en la elección, para que el próximo Papa sea un pastor humilde, misericordioso y valiente, que continúe la obra de Francisco de Asís y del Papa Francisco.
Que sea un testigo vivo del Evangelio, un constructor de paz y un defensor de la justicia.
Mi corazón, como el de tantos otros laicos, está lleno de esperanza. La promesa de la Resurrección nos recuerda que la muerte no es el final, sino un paso hacia la vida eterna en Cristo.
La muerte del Papa Francisco nos invita a renovar nuestra fe, a comprometernos más profundamente con la misión del Evangelio y a seguir viviendo con sencillez, misericordia y amor.
La Iglesia, en su esencia, sigue siendo madre, y en ella encontramos la fuerza para seguir adelante, guiados por el Espíritu Santo.
Le encomendamos al Señor y a la Virgen María que acompañen al próximo Papa en su misión. Que siga siendo luz en medio de las tinieblas.
Que, en esta transición, renovemos nuestro compromiso de vivir como discípulos fieles, pobres y misericordiosos.
Que la esperanza en la resurrección nos sostenga en los momentos de incertidumbre y que, desde nuestro compromiso como laicos franciscanos, sigamos construyendo un mundo más justo y fraterno.
Este tiempo de despedida y de espera no es solo un momento de tristeza, sino también una oportunidad para crecer en la fe y en la esperanza.
La huella del Papa Francisco permanecerá en nuestros corazones y en nuestras acciones. Su ejemplo de sencillez, misericordia y amor nos llama a ser mejores discípulos, a vivir con mayor autenticidad y a trabajar por un mundo donde reine la justicia y la paz.
Que su legado sea faro que ilumine nuestro camino y que, en esperanza, sigamos confiando en la promesa de Cristo: “Yo estaré con ustedes todos los días hasta el fin del mundo”.