Está del todo demostrado, según las estadísticas, que el embarazo no deseado durante el noviazgo, es la circunstancia que lleva con más frecuencia a procurar el aborto, lo cual es -bien lo sabemos- un horrible delito, y que deja en la joven mujer una herida para toda la vida. No es fácil olvidar (gracias a Dios y a la naturaleza creada por Él) el haber matado al fruto inocente del don y misterio de la propia maternidad. Por otra parte, en el caso que se acepte el nacimiento del hijo “no deseado”, hasta puede precipitar un matrimonio no programado, no suficientemente preparado. Cuántos matrimonios queridos para “arreglar” la situación de un embarazo no deseado, terminan en auténticos y dolorosos “desarreglos”.
Un gran teólogo que dedicó su entera vida al estudio de la moral cristiana ha escrito: “las prácticas anticonceptivas entre personas no casadas (novios) separan completamente la significación unitiva del sexo de su finalidad procreadora; en consecuencia, no se salvaguarda la plena verdad ni la integridad del acto sexual. Por otra parte, ni siquiera la significación unitiva misma adquiere su plena verdad puesto que los dos -de hecho- no se han entregado mutuamente por completo a través del lenguaje socialmente válido y público, que es el matrimonio”.
Con otras palabras, breves y sencillas, sólo si una pareja lo sabe demostrar públicamente, es decir, en el compromiso del matrimonio indisoluble, podemos creer que verdaderamente han decidido amarse y de modo incondicional. El atractivo sexual, y su práctica, no es en absoluto suficiente para poder afirmar que brota del amor y que sea expresión del amor, de ese amor que está a la base del matrimonio como Cristo lo ha enseñado a los suyos.
Es por todo esto que el Catecismo de la Iglesia Católica establece: “Los novios están llamados a vivir la castidad en la continencia. En esta prueba han de ver un descubrimiento del mutuo respeto, un aprendizaje de la fidelidad y de la esperanza de recibirse el uno y el otro, de Dios. Reservarán para el tiempo del matrimonio, las manifestaciones que le son propias y exclusivas. Deben ayudarse mutuamente a crecer en la castidad” (# 2350).
La Iglesia bien sabe que esta “propuesta” es -hoy en día- del todo impopular, pero sabe a la vez que no es imposible su realización con la frecuencia de los sacramentos, con la decisión firme de los dos, y asumiendo las medidas de una justa prudencia.