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Miércoles, 17 Abril 2024
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La Salud Mental se entiende como un proceso de bienestar y desempeño personal y colectivo caracterizado por la autorrealización, la autoestima, la autonomía, la capacidad para responder a las demandas de la vida en diversos contextos: familiares, comunitarios, académicos, laborales y disfrutar de la vida en armonía con el ambiente. (Política Nacional de Salud Mental 2012-2021), Los seres humanos casi siempre estamos acostumbrados a escuchar aquello que nos gusta y que no atente con nuestro estado de confort, recientemente la Ministra de Educación, expreso que muchas veces nuestra autoestima está hecha de cristal, en vez de juzgar tan acertada reflexión, deberíamos entender el acierto de sus palabras.

Un país que intenta aprobar impuestos para todo tipo de iniciativas, debería buscar financiamiento para programas que incentiven, la salud mental, mediante el Deporte, el Teatro, la danza, la cultura en todas sus expresiones.

Otro efecto de la pandemia, con mucha frecuencia subestimado, está causando graves estragos en la sociedad costarricense. Hablamos de la salud mental.

Obviamente en un contexto de crisis como el que vivimos, con multiplicación de contagios y saturación de los servicios de salud, la atención se centra en la dinámica de la enfermedad física, sus causas y los lamentables decesos que genera. Sin embargo, luego de más de un año de estrés pandémico, también los efectos de esta enfermedad se notan en el estado mental de los ticos.

Y no es para menos, el bombardeo de información es permanente y viene de todos los medios posibles: las redes sociales, los noticieros, los periódicos, los programas de radio, en las conversaciones de trabajo, en el deporte, el arte, con la familia y hasta en los espacios de recogimiento espiritual.

Las medidas y las alertas cambian constantemente, los consejos van y vienen, que unos si son efectivos, que otros no, que se debe hacer esto, que se debe evitar aquello… el aluvión termina por sumir a las personas en un estado de confusión y de falta de serenidad que pone en riesgo la misma lucha contra la enfermedad. Las personas ya no pueden procesar más contenido, su razonamiento se nubla ante tantos elementos.

Curiosamente hay dos efectos contrapuestos en todo esto: por un lado están los que ya escuchan los reportes de situación como oír llover, es decir, que ya nada les conmueve ni les llama a la reflexión, y mucho menos a extremar las medidas de precaución para evitar los contagios. Es tanta la saturación de datos y de opiniones que terminan por dejar de escuchar casi como un mecanismo de defensa mental. Ni la muerte de personas conocidas hace que salgan de su desconexión con la realidad.

El problema es que estas personas se convierten en potenciales enfermos y transmisores del virus. Son los que por ejemplo, están esperando la menor oportunidad para, literalmente, escaparse del tumulto de la vida cotidiana, aunque eso implique ir a hacer tumulto a otras partes, como las playas y los centros de vacaciones.

Y están, en el otro extremo, las personas paralizadas del temor, que ya no saben ni como saludar, que no salen ni a tomar el sol, que no confían en nada ni en nadie, que buscan desesperadamente tomar medidas aunque rayen en la irracionalidad, que se creen todo lo que ven o les dicen y que quisieran incluso poder dejar de respirar…

Ni uno ni otro caso son lo que se necesita para luchar contra la pandemia. Son días de mucho trabajo para los psicólogos y los psiquiatras, si usted conoce alguno pregúntele y se dará cuenta de que la salud mental de los ticos está gravemente deteriorada, sin contar con otras expresiones como la violencia en las calles y en las casas, la agresión contra los niños y las mujeres, por el aumento del tiempo de convivencia en los hogares, la falta de espacios de esparcimiento, de deporte y de actividad religiosa.

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