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Miércoles, 01 Mayo 2024
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El 14 de enero de este año, recibimos una carta del Padre General de la Orden Libanesa Maronita. En la misiva, nos instaba a responder al llamado del Patriarca Maronita para hacer sonar las campanas a las 10:30 de la mañana de hoy viernes 19 de enero 2024, uniéndonos a la Santa Sede en el Vaticano para celebrar la entronización del mosaico de san Charbel Makhlouf, (1828-1898). Este mosaico fue develado cerca de la tumba de San Pablo VI, quien lo beatificó el 5 de diciembre de 1965 y lo canonizó el 9 de octubre de 1977. Un momento inefable, que resalta la espiritualidad de este prodigioso santo de la Iglesia Universal.

Este artículo está dirigido con afecto a los costarricenses de origen libanés y a la comunidad costarricense en general que comparten una devoción por San Charbel Makhlouf.

Durante mi estancia en Costa Rica, fui testigo de la profunda devoción a San Charbel y de los milagros que, por su intercesión, ha realizado, así como las conversiones que ha propiciado al acercar a las personas al Dios uno y trino con su poderosa intervención.

Los dos libros dedicados a él que he escrito, uno titulado “Flor Admirable de Santidad” y el otro “La Gloria de la Orden Libanesa Maronita”, fueron entregados personalmente tanto al Santo Padre Francisco como al Papa Benedicto XVI.

He tenido el privilegio de escribir personalmente un librito titulado “Orar con san Charbel Makhlouf”, el cual ha sido una expresión de devoción y guía espiritual para los devotos a este gran místico maronita.

Es de conocimiento público que el Papa Francisco es un devoto ferviente de san Charbel desde sus días como arzobispo de Buenos Aires. Su sonrisa al bendecir el mosaico en la Plaza de San Pedro refleja la profunda relación espiritual que mantiene con este santo.

En numerosas ocasiones, hemos presenciado al Santo Padre expresando su devoción al darle un beso a un icono de San Charbel. Asimismo, lo hemos visto solicitando la intercesión de este santo por la paz en el Líbano, mostrando así su compromiso espiritual y su deseo por la armonía en esa región.

Presentamos a San Charbel, cuya vida de humildad, oración fervorosa y caridad lo convierte en un testigo del Reino, siendo una memoria evangélica tanto para los cristianos como para el mundo. Este hombre impregnado de Dios, con un fervor místico intenso, brilla como una de las figuras más emblemáticas de la santidad durante los siglos XIX-XX.

Su legado abarca desde la segunda mitad del siglo XIX hasta nuestros días, floreciendo en el silencio de los monasterios y destacándose como el icono de la santidad maronita. San Charbel Makhlouf, un auténtico “experto en Dios”, irradió la luz divina del evangelio, convirtiéndose en uno de los santos más queridos por el pueblo libanés. Su vida eremítica, marcada por la ascesis y el silencio como sacrificio voluntario del amor, lo llevó a ser un padre espiritual y un testimonio vivo de la transfiguración de la Luz del Espíritu.

La teología experiencial de Charbel destaca la adquisición del Espíritu de Dios como el fin de la vida cristiana, reflejando la riqueza espiritual de la tradición cristiana oriental.

La Santidad

Noviembre 01, 2022

Narra un bello relato de tradición oral que, en una ocasión, un niño entrando con su mamá a la iglesia, quedó maravillado por los magníficos vitrales que filtraban la luz, iluminando la iglesia con miles de colores.

Sorprendido el pequeño se pone de puntillas para ver mejor y le pregunta a su mamá: -¿Quién está arriba en esa ventana? Su madre, poco informada por los santos venerados en la Iglesia, trataba de buscar el nombre en el vitral y como no lo encontraba,  contestó a su hijo: -Es un santo-. Y en cada vitral el niño hacía la misma pregunta, mientras la mamá, le daba la misma respuesta, -Oh, es un santo-. Al miércoles siguiente el niño asistió a su clase de  catequesis, y el sacerdote preguntó a los alumnos: ¿Quién me puede decir qué es un santo?. Y el niño, inspirado, le contestó: “Es alguien que deja pasar la luz”.

La Escritura nos enseña que Dios es Amor. Consecuentemente, la principal virtud de los santos es entonces su capacidad para amar a Dios y translucir ese amor insondable a los demás seres humanos. Los vocablos hebreo y griego para “santidad” transmiten la idea de puro o limpio, y en sentido religioso, se define como aquellos apartados de la corrupción. La Iglesia Católica posee una riqueza inmensa y los santos son una escuela para nosotros, ellos son compañeros, amigos e intercesores. 

El Papa Benedicto XVI, el 6 de noviembre de 2006, nos mencionó que: “El luminoso ejemplo de los santos despierta en nosotros el gran deseo de ser como ellos, felices de vivir junto a Dios, en su Luz, en la gran familia de los amigos de Dios. Ser santo significa vivir en la cercanía de Dios, vivir en su familia, y ésta es la vocación de todos nosotros”. 

En este día la gran interrogante a reflexionar es: ¿Qué se requiere para ser santo? Pues serán ellos mismos, los santos, quienes nos darán la respuesta.

San José María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus Dei, refiere al respecto: “La santidad es para todos, no sólo para unos pocos. Nos quedamos removidos, con una fuerte sacudida en el corazón, al escuchar atentamente aquel grito de San Pablo: ésta es la voluntad de Dios, vuestra santificación. Hoy, una vez más me lo propongo a mí, y os recuerdo también a vosotros y a la humanidad entera: ésta es la Voluntad de Dios, que seamos santos”.

El primer paso para la santidad es, por tanto, tener la voluntad y el deseo de ser santo. Santa Escolástica, hermana de San Benito, preguntó a su hermano: “Quiero ser santa ¿cómo lo hago?”, él le respondió: -“Sólo hay que querer”.

Me gusta exhortar a mis feligreses y amigos a darse a la tarea de descifrar el rostro de los santos, empezando por aquel cuyo nombre llevan ó quizá algún otro que mueva su corazón;  leyendo su vida, sus escritos, acercándose a él en la oración e imitarlo. De esta manera, se convertirán en guías idóneos para amar cada vez más al Señor y a Su Madre, y ayudadores en el crecimiento personal, humano y espiritual.

El escritor francés Jean Guitton los describía como “los colores del espectro en relación con la luz”, porque cada uno de ellos refleja, con tonalidades y acentos propios, la luz de la santidad de Dios. ¡Qué importante y provechoso es, por tanto, el empeño por cultivar el conocimiento y la devoción de los santos.

Para crear una experiencia personal con un santo, puedes ejercitar el hábito que cada primer día de enero, durante la Misa de Año Nuevo, pidas al Espíritu Santo te inspire a elegir a un santo que te acompañe durante todo ese año. Así podrás tenerlo cercano, conocerlo, amarlo, pedirle su ayuda; y ten por seguro que te habrá de esperar en la puerta del cielo.

Como saben, yo también estoy unido de modo especial a algunas figuras de santos: entre estas, además de san Charbel, de quien llevo el nombre, y de otros, está san Maximiliano María Kolbe y San Simeón el Nuevo Teólogo a quien tuve el gran don de conocer de cerca, por decirlo así, a través del estudio y la oración, y que se ha convertido en un buen “compañero de viaje” en mi vida y en mi ministerio.

El segundo aspecto, columna vertebral para alcanzar la perfección, se refiere a realizar cada una de nuestras actividades cotidianas en, por y para Dios. En otras palabras: hacer bien las cosas, no es hacer cosas fantásticas; es que las cosas pequeñas, las hagamos bien. 

Las personas nos quejamos numerosas veces al día de tener muchos asuntos, sin embargo podríamos aprovechar para realizarlos con un amor extraordinario. Así lo dice Santa Teresita del Niño Jesús: “El amor todo lo puede: las cosas más imposibles no le parecen difíciles. Jesús no mira tanto la grandeza de las obras, ni siquiera su dificultad, sino el amor con que tales obras se hacen”, y lo enseña también Madre Teresa de Calcuta: “No siempre podemos hacer grandes cosas, pero sí podemos hacer cosas pequeñas con gran amor”. Y es Benedicto XVI quien nos explica de dónde provendrá esa gracia especial: “Los santos manifiestan de diversos modos la presencia poderosa y transformadora del resucitado”, de Jesús, ahí está, dice San Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gal. 2:20).

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