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Jueves, 28 Marzo 2024
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Con alegría y agradecidos con Dios celebramos el décimo aniversario del pontificado del Papa Francisco. El papa jesuita que es el primero en escoger el nombre del Santo de Asís.

Él, maestro de jesuitas, el arzobispo que se movilizaba en transporte público y atendía personalmente las villas pobres de Buenos Aires. El cardenal que en sintonía con el Papa Benedicto XVI presidió la redacción de la histórica declaración de los obispos latinoamericanos en Aparecida. El Papa que siempre ha sido pastor de su feligresía.

Con el título de su encíclica Fratelli Tutti el Papa Francisco honró a San Francisco de Asís en cuya fiesta y sobre su tumba la emitió. Señala el Papa: “Este santo del amor fraterno, de la sencillez y de la alegría, que me inspiró a escribir la encíclica Laudato si’, vuelve a motivarme para dedicar esta nueva encíclica a la fraternidad y a la amistad social”

La encíclica tiene un muy claro eje central: el mandato del amor, que nos llama a todos en nuestra actividad personal a ser “prójimo”, como el samaritano de la parábola, pero que igualmente nos convoca a todos a procurar el bien común en nuestra participación en sociedad. Y claramente este mandato de manera muy especial se aplica a políticos, dirigentes y formadores de opinión.

Esas pocas líneas introductorias y el contenido de esa Encíclica resultan de la vocación a amar y a cuidar a sus feligreses que se manifiesta en todas las acciones de la vida de nuestro Papa, y que son para mí la más destacada de sus características.

En la introducción a la Encíclica sobre la fe, Lumen Fidei, que había sido iniciada por el Papa Benedicto XVI nos dice el Papa Francisco: “En la fe, don de Dios, virtud sobrenatural infusa por él, reconocemos que se nos ha dado un gran Amor, que se nos ha dirigido una Palabra buena, y que, si acogemos esta Palabra, que es Jesucristo, Palabra encarnada, el Espíritu Santo nos transforma, ilumina nuestro camino hacia el futuro, y da alas a nuestra esperanza para recorrerlo con alegría”.

El Papa Francisco en esta su primera Epístola nos manifiesta la centralidad de vivir para el amor a Dios y al prójimo, y que la esencia de ese amor es trasmitirlo a todas las personas, es el apostolado, es ser pastor: “Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí”.

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