El cuento de la parroquia bucólica, campestre y apacible quedó atrás. La parroquia es mucho más que la prestadora de servicios religiosos, es un escenario social..."
La autocrítica es una actitud vital para la Iglesia, no es autodestructiva o antagonista a la institucionalidad. El “nosotros” y no el “ustedes” como sujetos de la crítica obliga a interiorizar, delimitar, identificar y, por consiguiente, responder al sentido auténtico e integral de la misión evangelizadora. Perdón por el exordio, pero sentí que debía hacerlo…
En su exhortación apostólica sobre el anuncio del Evangelio en el mundo actual, el Papa Francisco llama al constante “discernimiento”, como un camino dinámico que supone procesos, nos sitúa ante la realidad y nos compromete a actuar.
En el actual contexto de la evangelización, los agentes pastorales estamos convencidos de la necesidad de gestar una pastoral de conjunto que haga de las parroquias comunidades de fe, esperanza y caridad; más participativas y cercanas.
La parroquia no es una estructura “caduca”, nos dice el Papa Francisco, antes bien, “tiene una gran plasticidad” pero, “esto supone que realmente esté en contacto con los hogares y con la vida del pueblo, y no se convierta en una prolija estructura separada de la gente o en un grupo de selectos que se miran a sí mismos.”[1]
Pero, ante el secularismo, el individualismo, la movilidad humana y la cultura digital, entre otros fenómenos actuales, estas instituciones milenarias deben examinarse, y no me refiero a la parroquia como “una estructura, un territorio, un edificio … sino como una fraternidad animada por el Espíritu de unidad.”[2] En efecto, “si no vive del dinamismo espiritual propio de la evangelización, la parroquia corre el riesgo de hacerse autorreferencial y de esclerotizarse, proponiendo experiencias desprovistas de sabor evangélico y de impulso misionero, tal vez destinadas solo a pequeños grupos.”[3]
El cuento de la parroquia bucólica, campestre y apacible quedó atrás. La parroquia es mucho más que la prestadora de servicios religiosos, es un escenario social, un espacio en el que se interactúa y en el que acontece, ya sea el despoblamiento o abandono de núcleos habitados o el crecimiento desmedido de barriadas donde habitan los pobres, los desempleados, aquellos que no acceden a la educación o a la salud, y que vemos a diario en las noticias.
En algunas de ellas se producen formas de ocupación territorial, como condominios o urbanizaciones, concebidas como “islas” acorazadas en las que, como vimos meses atrás, ni la Seguridad Pública tiene habilitación para su ingreso.
En otros países ya se disponen las “parroquias personales”, concebidas no como comunidades territoriales sino como sectores poblacionales -zonas industriales o comerciales- a quienes servir.
Como comunicador, no puedo evitar hacer un parangón entre las grandes parroquias y los medios masivos, en otro tiempo todopoderosos y hoy en unidad de cuidados intensivos UCI ante el surgimiento de plataformas informativas más personalizadas o “microdireccionadas”. Existen propuestas de parroquias alternativas que favorecen una mentalidad de Iglesia cada vez más fragmentada e individualista en la que coinciden algorítmicamente la clase social, las opiniones, la visión de mundo o la fe de sus seguidores.
Siendo honestos, muchas experiencias de fe (prelaturas personales, congregaciones religiosas, grupos y movimientos) suplen la vida eclesial de los fieles que no experimentan ningún vínculo real con la comunidad en la que residen.
Muchos de estos aspectos son un lastre, aun mayor, cuando vemos que las nuevas generaciones de católicos nacen y crecen en contextos en los que la vida parroquial no tiene ningún carácter militante.
Desde ese criterio de discernimiento, la Iglesia nos pide no forzar los tiempos con reformas precipitadas o temerarias y, atentos a esto, también nos exige dejar de lado “criterios genéricos, que obedecen a razones elaboradas “en un escritorio”, olvidando a las personas concretas que habitan en el territorio. De hecho, cada proyecto debe situarse en la vida real de una comunidad e insertarse en ella sin traumas, con una necesaria fase previa de consultas; luego, su implementación progresiva y, finalmente, una evaluación.”[4]
Quedo “corto” en la descripción del panorama, pero quiero formular algunas inquietudes que entiendo, comparten otros sacerdotes en varias diócesis: