Cuenta la historia que un día como hoy, pero de 1224, hace exactamente 800 años, Francisco de Asís, tras un intenso período de actividad apostólica, se retiró al Alverna para realizar una cuaresma de ayuno y oración, como era su costumbre. Precisamente en este contexto de silencio y oración, el Poverello recibió la visita del Serafín alado, ya que sólo el silencio permite escuchar y acoger al que habla.
En el Alverna, el profundo deseo que animaba al Poverello a seguir a Cristo y a conformarse totalmente con Él, se hizo realidad en el encuentro con el Crucificado, imprimiendo los signos del amor en su corazón y en su cuerpo. San Buenaventura resume así la experiencia de Francisco: «El verdadero amor de Cristo había transformado a este amante suyo en la misma imagen del Amado» (Leyenda mayor 13, 5). El encuentro con el Amado se convierte en canto de alabanza; por eso Francisco, tras el encuentro con el Crucificado, compone las Alabanzas del Dios Altísimo, una oración que brota de un corazón enamorado, totalmente centrado en el Tú divino: «Tú eres santo, Señor Dios único, que haces maravillas. Tú eres fuerte, Tú eres grande, Tú eres altísimo…» (Alabanzas del Dios Altísimo 1-2).