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Sábado, 04 Mayo 2024
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Cuando la brutal represión por parte del gobierno nicaragüense de Daniel Ortega en 2018 alcanzaba sus niveles más altos, Verónica y su familia tenían una clínica clandestina para atender a los golpeados y heridos en las manifestaciones.

Cabe mencionar que, a quienes protestaban, muchas veces les negaban la atención en los centros hospitalarios o corrían el riesgo de ser apresados si se acercaban a uno. 

Verónica y sus padres son médicos, por lo que decidieron atenderlos en casa. No obstante, después de tres meses de brindar apoyo humanitario, estuvieron en la mira de las fuerzas represivas y de los seguidores de Ortega.

“Se creó una redada, se llamó Operación Limpieza, consistía en descabezar a los líderes en las ciudades, entre esos estábamos nosotros, el 15 de julio varios grupos paramilitares, armados, iban en camionetas y entraron a mi ciudad La Concepción, en Masaya, con el fin de asesinarnos o meternos presos”, relató.

Gracias a Dios, habían tomado previsiones. Días antes, habían asesinado a un joven al confundirlo con su hermano mayor, por lo que tanto él como ella buscaron un lugar donde ocultarse. Verónica estuvo escondida en un convento en Managua.

Las casas de refugio para quienes eran perseguidos fue algo frecuente en esa época. No obstante, sus padres y su otro hermano no habían salido para cuando llegaron los paramilitares a su ciudad, cuando escucharon que venían huyeron de la casa, estuvieron muy cerca de ser atrapados.

Desde hace cuatro años, muchas personas se han acercado a dar su testimonio relacionado con la Niña Marisa. Familiares, personas que la conocieron en vida o que pudieran brindar referencias importantes que ayuden a su Causa de Canonización se han acercado a declarar al Tribunal Eclesiástico encargado del proceso, mismo que ha iniciado en marzo de 2018.

En este tiempo pascual en que experimentamos, si cabe más, el abismo de gracia y misericordia del Padre en la portentosa intervención salvífica de la resurrección de Cristo que, sobreabundando sobre el mal, nos restaura, nos libera, nos regenera, nos disponemos a vivir un nuevo jubileo. La iglesia celebra y difunde esa oferta de gracia y misericordia de Dios y se complace en ofrecernos su abundante caudal, esta vez, con ocasión de los significativos aniversarios que se cumplen en torno a la gran figura de San Isidro labrador.

Es una nueva invitación a vivir la vocación que tenemos todos a la santidad, a acoger la Vida nueva que brota de la resurrección, por acción del Espíritu, y centrar nuestra vida en la dinámica del amor que nos asegura haber nacido de Dios. En San Isidro se manifiesta eso que el Papa Francisco llama la santidad de la puerta de al lado, una santidad muy “normal”. Se santificó viviendo una vida sencilla y cotidiana, a la que lo había llamado el Señor, pero vivida con la intensidad de la referencia a Dios que lo hizo feliz, dichoso, bienaventurado, junto a su familia, en el contexto que le tocó vivir.

La conciencia de la Providencia divina, de estar inmerso en el misterio de la benevolencia de Dios, lo llevó a una fe profunda que conformaba totalmente su vida, planteada siempre en la relación con el Señor, y que le permitía asumir actitudes que le daban una admirable talla humana. La vivencia del amor en el contexto del matrimonio, de la familia, lo fue madurando, justamente en la entrega de su vida a su esposa, con la que compartió el camino de santidad, y a su hijo, en un proyecto común que significaba, para todos, la presencia del amor de Dios.

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