Como es de imaginar, cargan en su espalda no solo el peso del desarraigo, las secuelas físicas de la travesía, sino también una gran carga emocional y espiritual. En atención a su vulnerabilidad, de distintas formas la Iglesia trata de estar presente en medio de ellos, sabiendo que claramente las necesidades superan las posibilidades de ayuda.
Desde las familias, parroquias, la Pastoral Social, los grupos de Iglesia y sus asociaciones se brindan ayudas pequeñas y grandes a estos hermanos, la gran mayoría de veces en el anonimato que solo Dios ve, otras han trascendido, como el esfuerzo que por ejemplo lleva a cabo el Padre Sergio Valverde junto con su equipo de trabajo de la Asociación Obras del Espíritu Santo, brindando alimento, cobijo y medicinas a los migrantes que así lo necesiten y quieran recibir.
Llama la atención sin embargo, que este drama pasa invisible a los ojos de las instituciones públicas de nuestro país, especialmente aquellas dedicadas a la protección de personas en vulnerabilidad como los niños y las mujeres.
Parece como que mirar para otra parte les da tiempo a que estos hermanos salgan del país y que su “problema” pase a otras manos, olvidando la solidaridad y el debido cuidado que, por ley y por humanidad, se les debe ofrecer.
Algunos medios de comunicación, por su parte, han hecho un buen trabajo evidenciando la crítica situación que se vive en estas oleadas de migrantes, sin embargo documentarlo parece que no ha sido suficiente para que se tomen cartas en el asunto de manera oficial.
Lo que sí deja mucho que desear es el “trabajo” de las organizaciones internacionales dedicadas supuestamente al servicio a los migrantes, algunas de ellas del más alto vuelo, bien financiadas y con un activismo muy notorio a la hora de las recepciones, las redes sociales y las actividades formales.
Se nota que el suyo es un interés bastante alejado de la realidad que sufren quienes, por necesidad, han tenido que abandonar su tierra, familia y costumbres. Bien valdría revisar la fuente, el uso y el impacto real de los grandes recursos que manejan.
Con el Papa Francisco, proclamamos que nadie debe ser excluido. El proyecto del Reino de Dios es esencialmente inclusivo y sitúa en el centro a los habitantes de las periferias existenciales. Entre ellos hay muchos migrantes y refugiados, desplazados y víctimas de la trata. Es con ellos que Dios quiere edificar su Reino, porque sin ellos no sería el Reino que Dios quiere.
“La inclusión de las personas más vulnerables es una condición necesaria para obtener la plena ciudadanía. De hecho, dice el Señor: «Vengan, benditos de mi Padre, y reciban en herencia el Reino que les fue preparado desde el comienzo del mundo, porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; estaba de paso, y me alojaron; desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; preso, y me vinieron a ver» (Mt 25,34-36)”. (Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y Refugiado, 2022)