Tomás nos demostró la existencia de Dios con 5 vías, basadas en el movimiento y la causalidad, principalmente. El cosmos, los animales y el hombre, por lógica, requieren de un creador (Rom 1,19-21) y “a ese llamamos Dios” deriva el aquinate. La teoría del átomo comprimido del sacerdote y astrofísico George Lemaitre nos lleva igual a ese Creador, a partir de la nada (II Mb 7,28). Mas compete a la ciencia responder al cómo: teoría de la evolución, big bang, azar, creación espontánea, complexificación, aunque Russell replica: “Es enormemente improbable que la ley del azar produzca un organismo capaz de inteligencia mediante la causal selección.” Y Niels Bohr: “La vida es incognoscible y la física cuántica nunca podrá proporcionar explicación científica de los procesos de vida.”
Sí, claro, recurrimos a los asertos de autoridades y corifeos.
Evidencia de trascendencia
Mircea Eliade compartió e investigó varias culturas durante años y escribió 3 volúmenes sobre la historia de las creencias e ideas religiosas, desde la prehistoria, para demostrar que el ser humano es por naturaleza trascendente, descubrió una “intuición religiosa” en todas las civilizaciones. Rudolf Otto le llama: lo sagrado, “lo numinoso” reflejado en los sitios sagrados, los ritos y mitos, en la historia. El primero se basa en el método histórico y el segundo se funda en la fenomenológía. Usan la ciencia y la fe; para concluir: el ser humano tiene una naturaleza o sentido trascendente innatos.
Evidencia de Cristo-Dios
Con el método histórico-crítico, los investigadores han examinado diferentes fuentes, no solo los 4 evangelios, sino las extraevangélicas y apócrifos de historiadores y pensadores contemporáneos de Jesucristo: romanos, judíos, no cristianos, incluso enemigos del cristianismo. Entre otros: Cayo Suetonio, Flavio Josefo, Cayo Plinio, Cornelio Tácito, Luciano de Samosata, Celso, El Talmud, Virgilio. Esto se denomina en historia prueba o testimonio múltiple, que da credibilidad.
Del estudio objetivo de esas fuentes es deducible: Jesucristo es el Mesías, Dios encarnado, muerto y resucitado; hechos registrados en la historia universal y muchos datos han venido siendo verificados por arqueólogos.
La conciencia y experiencia transfísicas
Cuando nos concentramos, reflexionamos o pensamos, aumenta en un 30% el flujo sanguíneo en el cerebro, pues las neuronas consumen más energía, asevera Pim van Lommel y Sam Parnia. Consciencia: el conocimiento que tenemos de nosotros mismos (el yo) y el entorno, de forma preliminar. El cogito y la aprehensión de que somos los mismos desde nuestra niñez hasta ahora, se conoce como retrospección, mismidad. Pero ni los pensamientos, emociones, sentimientos, recuerdos, percepciones; son materia, sino productos cerebrales, espíritu, alma. Joseph Seifert, filósofo austríaco, ha estudiado el yo interior y uno, la conciencia, la sensación de existencia por medio del cerebro, hoy se denomina cenestesia.
Bien dijo Kant: “Nada me admira más que el cielo estrellado sobre mi cabeza y la ley moral en mi” (la conciencia). Y hoy los neurocientíficos afirman que: “En el cerebro (no en el corazón (800 veces aparece en el A.T.) o las vísceras, como creían los judios metafóricamente, agregamos) residen nuestra: “conciencia, pasado, memoria, presente, personalidad, ideas, pensamientos, sentimientos (v.gr. el amor), nuestro futuro, proyectos, objetivos, sueños e ilusiones.” Todo ello ubicado en el sistema límbico. Y concluye el mismo autor, José R. Alonso: “La neurociencia y la biología, son disciplinas apasionantes, porque el cerebro es la estructura más compleja del universo y también la más importante.” (Véase sendas citas en Alonso: La nariz de Charles Darwin, Ed. Almuzara, 2016, p. 13).
Asimismo las experiencias reales/cercanas a la muerte (EC(R)M) y extracorpóreas (EEC) definidas “como percepciones del entorno narradas por personas, que han estado a punto de morir o que pasaron por una muerte clínica y han sobrevivido”; son científicas. “Hay numerosos testimonios, sobre todo con el desarrollo de las técnicas de la resucitación cardiaca” que se fundan en evidencias comprobables y verificables de esa naturaleza humana transfísica.
Cid Gallup, en 1982, resumió así su investigación acerca de lo expresado por sujetos –8 millones- que tuvieron ECM: 1- experiencias extracorpóreas, 2- experiencias visual y auditiva agudas, 3- sensación de una gran paz, 4- encuentro con un Ser luminoso, sobrenatural, compasivo y muy amoroso –que según San Parnia es Jesucristo para los cristianos-, 5- un fugaz respaso de la vida, 6-estar en otro mundo, 7-encuentro con los seres queridos, 8-experiencia del túnel.
Iguales descripciones han hecho niños menores de 3 años, sin ideas preconcebidas sobre la muerte y la vida ulterior, lo mismo que ciegos innatos; hechos corroborados por Kenneth Ring y el neurocirujano holandés Pim van Lommel. Ambos hallazgos sin explicación física hasta el momento, anota el Dr. Lommel. Asimismo, adultos: escépticos, ateos, judíos, islamitas, budistas, hinduistas, mormones; no sólo cristianos. A ello le llama el jesuita Joseph Spitzer evidencia verificable de la naturaleza transfísica de las EC(R)M, porque son datos verídicos, fruto de estudios longitudinales, la percepción visual de un 80% de ciegos por naturaleza, eso “corrobora la probabilidad de la existencia física después de la muerte clínica” y el “encuentro con personas muertas en un dominio transfísico y celestial.” Lo cual no sólo ratifica que con la muerte clínica no fenece la conciencia, sino que demuestra la supervivencia de la conciencia-alma y la existencia de vida ultraterrena, en criterio de Spitzer, quien une así 2 fundamentos: ciencia y fe, coincidiendo con el ex Papa citado.
Si a esto se añade la utilización de técnicas como: la resonancia magnética, escáneres cerebrales y estimulación craneal, en laboratorio, por parte de médicos nucleares y neuropsicólogos, con budistas, monjas de clausura y otros; en oración y meditación profundas; arribamos a la conclusión de Andrew Newberg, Malcon Jeeves y Willoughby Britton: “El cerebro está configurado (wired) para las experiencias religiosas.” deriva el primero, mientras los segundos van más allá: “El hombre está configurado en sus genes para buscar a Dios, Dios está en el lóbulo temporal, que nos conecta con lo trascendente.” O, en palabras de Alper Mattew: Dios está en el cerebro, título de su obra. Sin duda ello refuerza la intuición religiosa de Eliade y lo numinoso/sagrado de Otto, supraindicados.
Por tanto, la neurociencia viene a verificar que Dios al insuflarnos el alma individual (Gn 2,7b) nos infunde este sentido de trascendencia natural, fe en El y en Jesucristo. De ahí la búsqueda permanente de Dios en el ser humano, aunque algunos traten de reprimirla o negarla.
Conclusión
En armonía y coherencia con lo expuesto terminemos con dos sabias y magistrales afirmaciones del físico Albert Einstein: “El hombre encuentra a Dios tras cada puerta que la ciencia abre.” (citado por Alfonso Aguiló: Es razonable ser creyente, Ediciones Palabra, Madrid, 2019, p. 41). Pero a veces “El hombre oculta a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir.”