El peligro está en encerrarnos, en “encogernos” ante los pobres y discapacitados, los no nacidos o los ancianos, los que “no son útiles” o “ya no sirven”. “Vimos lo que sucedió con las personas mayores, puntualiza el Papa Francisco, en algunos lugares del mundo a causa del coronavirus. No tenían que morir así. Pero en realidad algo semejante ya había ocurrido a causa de olas de calor y en otras circunstancias: cruelmente descartados. No advertimos que aislar a los ancianos y abandonados a cargo de otros sin un adecuado y cercano acompañamiento de la familia, mutila y empobrece a la misma familia”.
Y así también en otras situaciones críticas: el hambre, la inmigración, la guerra, las injusticias, la marginación… Ahora bien, para superar estos males, y otros tantos, siendo de verdad “todos hermanos”, no hay otro remedio que el amor que el Padre nos da por medio de su Espíritu y se traduce en obras de verdadera solidaridad, a invitación del buen samaritano de la parábola de Jesús y, más aún, del propio Jesús.
A propósito, el Papa Francisco se pregunta: “¿Qué tipo de personas somos?... Las que pasan de largo y no paran en el camino o las que ayudan al hermano”. Y nos insta a una respuesta rápida y no caben excusas: soy de los primeros o soy de los segundos. En definitiva, quiere que nos interroguemos sobre el mandamiento que Jesús llama segundo y semejante el primero: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
En un próximo escrito, Dios mediante, completo el tema.