Su personalidad se caracterizaba por la esperanza y la alegría, ligadas a la espiritualidad mariana del Magnificat. Pastor paternal, amable, acogedor, firme pero comprensivo, daba importancia a las relaciones personales en el trabajo.
Tenía un amor especial por la pobreza, hasta el punto de vivir desprendido de los bienes materiales y de la riqueza, ejerciendo siempre la virtud de la humildad.
Ordenado sacerdote el 5 de diciembre de 1943, desempeñó diversas funciones en su país y en 1962 participó como observador en la sesión inaugural del Concilio Vaticano II, mientras que al año siguiente fue nombrado entre los "expertos".
Ordenado obispo el 31 de mayo de 1964, ejerció su ministerio en varias diócesis. Estaba al frente de la diócesis de Mar del Plata cuando en 1974 Pablo VI le invitó a predicar los Ejercicios Espirituales en la Curia Romana, donde luego recibió varios nombramientos. El mismo Pontífice lo creó cardenal el 24 de mayo de 1976. Juan Pablo II le confirmó como Prefecto del Dicasterio para los Religiosos, especialmente comprometido en fomentar y apoyar la renovación conciliar de los religiosos.
A partir de 1984, como presidente del Consejo Pontificio para los Laicos, eligió tres prioridades: formación, comunión y participación. Se comprometió, en sintonía con el Papa Wojtyla, en la promoción y el discernimiento de los nuevos Movimientos Eclesiales, pero su corazón estaba dirigido sobre todo a los jóvenes.
Su nombre está ligado a las Jornadas Mundiales de la Juventud y a los encuentros, de los que fue uno de los iniciadores. Los últimos años de su vida estuvieron marcados por la enfermedad, ya que asumió la carga de un sufrimiento cada vez más agudo con confiada esperanza, ofreciéndola, como escribió, “por la Iglesia, los sacerdotes, la vida consagrada, los laicos, el Papa, la redención del mundo”.