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El paraíso del Génesis

By Pbro. Mario Montes M. Noviembre 03, 2023

Seguimos con los símbolos del libro del Génesis y hoy hablaremos del paraíso, del que tantas veces hemos escuchado en la predicación, la catequesis y todo lo relacionado con este lugar de delicias. Viene a cuento aquellos versos del cantante español Nino Bravo, muerto hace 50 años, y que, en su canción llamada América, expresaba lo siguiente: “Cuando Dios hizo el Edén, pensó en América”, famosa por su belleza escénica, sus flores, ríos, paisajes, árboles, flora y fauna que nos remiten al lugar donde Dios colocó al hombre.

¿Dónde estaba y cómo era? ¿Era un lugar así de bello y embriagante? Notemos que el segundo relato de la creación (Gén 2,4b-24), se presenta un lugar árido, desierto, sin árboles ni arbusto alguno, ni hierbas, en ausencia del hombre, solamente un pequeño oasis en esa región árida (Gén ,3-6).  Es cuando Dios crea al hombre y le infunde vida con su aliento y lo coloca en el Edén. Los autores sagrados, acostumbrados a vivir en los “peladeros” o estepas de Israel (en hebreo “edén”), se imaginaban un lugar bellísimo, un jardín o un huerto regado con muchas aguas, en donde el ser humano primitivo vivió feliz. Lo conocemos como el paraíso, porque la palabra hebrea “gan”, significa “jardín”, que en la lengua persa se dice “pardés”, en griego “parádeisos”, en latín “paradisum”, de allí nuestro “paraíso”.  El catequista que escribió este relato enseña que Dios no abandona al hombre en una tierra árida (Gén 2,5). En la tierra reseca, el Señor Dios construye un paraíso para el hombre: en el Edén.

El paraíso es descrito como un jardín con árboles agradables cargados de frutos buenos y apetitosos. Cuatro ríos caudalosos riegan aquel vergel, y por todas partes aparecen piedras preciosas: oro, bedelio y ónice (Gén 2,8-9). El Señor coloca al hombre en el Edén para que lo cuide y lo guarde (Gén 2,15). La misión del hombre consiste en llevar adelante el proyecto iniciado por Dios. El trabajo no tiene como finalidad la supervivencia del hombre, sino que constituye la experiencia humana de cuidar y hacer crecer el proyecto divino.

Los reyes antiguos poseían jardines que cultivaban por afición. Estos grandes jardines eran atributo de emperadores y reyes. Una persona del pueblo no podía poseer una propiedad de tal magnitud. Viene a nuestra mente aquellos bellos jardines de nuestras casas, cuidados por las manos amorosas de nuestras madres, las cuales le dedicaban tiempo y cariño, no importando la extensión del mismo, sino el significado que para ellas tuvieron esos espacios.  Por eso, cuando el autor bíblico enseña que Dios otorga al hombre un jardín, para que lo cuide sea por gusto o afición, indica que Dios confiere al hombre la característica propia de los reyes: poseer un jardín. El hombre es el rey de la creación (Gén 1,26-28)

La Biblia con su relato del paraíso hace que ese lugar inhóspito, pero potencialmente feraz de los inicios de la civilización, se convierta por obra divina en un jardín. Fue Dios “el que plantó un jardín en Edén” (Gén 2,8); no fue obra humana. En esa frase, el vocablo “edén” significa lo “excelente” y “delicioso” (ver 2 Sam 1,24; Jer 51,34; Sal 36,9). De ahí que este lugar no es más que el resumen de la idea, de que la región era una suerte de jardín protegido por los reyes, lugartenientes de los dioses, para propiciar la felicidad del hombre.

Por eso, el término “jardín” en este pasaje, plantado por mano de Dios, nos hace recordar el ámbito divino en el que Yahvé protege y defiende especialmente al ser humano, citando a Is 58,11: “El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan”, como también a Jer 31,12:  el pueblo judío, liberado de sus enemigos, “llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a desfallecer”.

Dios colocó al hombre en el jardín (oasis en medio del desierto) que había creado para que lo cultivara. Dios asocia al hombre, “al que había hecho poco inferior a los ángeles y que había coronado de gloria y dignidad” (Sal 8,8), en la obra de la creación. La tarea humana, el trabajo humano está en el proyecto original de Dios sobre el hombre. No es un castigo como consecuencia del pecado. Colaborar en la creación con su Creador es un don, es una oportunidad de realización del hombre como obra del amor de Dios y la acción del Espíritu. El significado global del jardín de Edén es teológico, pero no geográfico.

Hablar entonces del paraíso es la dramatización de algunas verdades fundamentales: significa el bienestar por excelencia, es símbolo de la felicidad, es imagen plástica de la comunión misteriosa del hombre con Dios. En él se cultivan árboles de toda clase que el hombre puede disfrutar: dramatización de todos los bienes que proporcionan al hombre su bienestar. De forma que este lugar tiene una fuerte carga simbólica. Muchas canciones como, por ejemplo, la de Alejandro Fernández y Gloria Stefan (“En el jardín”), expresan la dicha y el encuentro de las personas consigo mismas y con quienes aman, comparándolas con un paraíso: En el jardín de mis amores, donde sembré tantas noches de locura, tantas caricias colmadas de ternura, que marchitaron dejando sinsabores. En el jardín de mis amores, he cultivado romances y pasiones, que con el tiempo se han vuelto desengaños, que van tiñendo de gris mis ilusiones…

¿Existió este lugar tan bello y encantador? El paraíso descrito así no es localizable, por más que los exploradores de todos los tiempos hayan intentado encontrarlo. Los autores sagrados más bien intentaron decirnos lo que puede ser un mundo armonioso, sin pecado y sin males. El paraíso es un “proyecto” divino de paz, justicia, felicidad y fraternidad, que está todavía pendiente de lograr por parte nuestra, porque este mundo lo hemos convertido en un “valle de lágrimas”. Bien sabemos que, tanto en Costa Rica (“vergel bello de aromas y flores”), como en el mundo entero, la falta de solidaridad, la corrupción, el egoísmo y el pecado en todas sus formas, campean a sus anchas…, como también la explotación de nuestros recursos naturales, que han convertido a nuestro país es un erial, es decir, en un desierto en todos los sentidos… Cuando esta realidad y situación cambie, es posible hacerlo entre todos, unidos de la mano de Dios, viviremos pues en un verdadero paraíso (ver Is 11,6-9; Ap 22,1-5).

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