Su óptima preparación científica suscitaba interés y admiración por parte de los hombres cultos, empezando por su famoso mapamundi, el mapa del mundo entero entonces conocido, con los diferentes continentes, que por primera vez revela a los chinos una realidad exterior a China más amplia de lo que hubieran imaginado. Les muestra que el mundo es más grande que China, y ellos lo entendían, porque eran inteligentes. Pero también los conocimientos matemáticos y astronómicos de Ricci y de los misioneros que le acompañaban contribuyeron a un encuentro fecundo entre la cultura y la ciencia de occidente y de oriente, que vivirá entonces uno de sus momentos más felices, en el signo del diálogo y la amistad. De hecho, la obra de Mateo Ricci nunca hubiera sido posible sin la colaboración de sus grandes amigos chinos, como los famosos “Doctor Pablo” (Xu Guangqi) y “Doctor León” (Li Zhizao).
Sin embargo, la fama de Ricci como hombre de ciencia no debe oscurecer la motivación más profunda de todos sus esfuerzos, es decir, el anuncio del Evangelio. Continuaba con el diálogo científico con los hombres de ciencia, pero al mismo tiempo daba testimonio de la propia fe, del Evangelio. La credibilidad obtenida con el diálogo científico le daba autoridad para proponer la verdad de la fe y de la moral cristiana, de la que habla de forma profunda en sus principales obras chinas. Además de la doctrina, son su testimonio de vida religiosa, de virtud y de oración: estos misioneros rezaban. Iban a predicar, se movían, hacían gestos políticos, todo lo que quieran: pero rezaban. Es la oración la que alimenta la vida misionera, una vida de caridad, y ayudaban a los otros, a los humildes, con total desinterés por honores y riquezas, lo que inducía a muchos de sus discípulos y amigos chinos a acoger la fe católica. Porque veían un hombre tan inteligente, tan sabio, tan astuto -en el buen sentido de la palabra- para llevar adelante las cosas, y tan creyente que decían: “Eso que predica es verdad porque lo dice una personalidad que da testimonio: testimonia con su propia vida lo que anuncia”.
Esta es la coherencia de los evangelizadores. Y esto nos toca a todos nosotros, cristianos, que somos evangelizadores. Puedo decir el “Credo” de memoria, puedo decir todas las cosas que creemos, pero si mi vida no es coherente con lo que profeso no sirve de nada. Lo que atrae a las personas es el testimonio de coherencia: los cristianos estamos llamados a vivir lo que decimos, y no fingir que vivimos como cristianos, y luego vivimos como mundanos. Mirad estos grandes misioneros, mirando estos grandes misioneros veréis que la fuerza más grande es la coherencia: son coherentes.
Mateo Ricci murió en Pekín en 1610, a los 57 años, un hombre que dio toda su vida por la misión. El Espíritu misionero de Mateo Ricci constituye un modelo vivo actual. Su amor por el pueblo chino es un modelo; pero lo que representa un camino actual es su coherencia de vida, el testimonio de su vida como cristiano. Él llevó el cristianismo a China; él es grande sí, porque es un gran científico, es grande porque es valiente, es grande porque ha escrito muchos libros, pero sobre todo es grande porque ha sido coherente con su vocación, coherente con ese deseo de seguir a Jesucristo.