En ocasiones tenemos fe en otras cosas que no llenan nuestro espíritu, pero cuando se trata de confiar en Dios no creemos en sus palabras de amor y perdón.
Hoy muchos tienen cosas más importantes que Dios, tenemos un problema económico, ponemos la confianza en un banco, en un amigo o en un familiar, nos cuesta confiar en lo que no vemos o en lo que no tocamos, nos cuesta confiar en que Dios nos ayudará.
¿Realmente confías en Dios? Es la pregunta que con honestidad debemos hacernos. Si es así, deja de preocuparte por cosas que a veces ya no tienes el control de solucionar. ¿Qué ganamos con preocuparnos al extremo, solo empeorar la salud y el ánimo.
Si realmente confiamos en Dios debemos mantenernos firmes, y no alejarnos de Él. Insistir, persistir y nunca desistir de la oración, pues tu confianza en Dios te hará querer estar cerca de Él.
Confiar realmente en Dios es descansar en Él, es dejarse de preocupar al extremo, es dejar de pensar como solucionar esto o aquello y dejarlo en las manos de Dios, es sonreír a pesar de todo, es buscarlo a pesar que me esté yendo mal, es no dejar de creer en lo que Él es capaz de hacer, es ver el futuro con esperanza, sabiendo que al estar en sus manos estamos seguros.
Confiar en Dios es creer, es esperar a que las cosas se den y terminen bien a pesar que van muy mal, es saber que las cosas no están acabadas y que todavía hay oportunidad.
Confiar en Dios es abrirme a su Palabra, congregarme como Iglesia, confiar en su amor y entregarme al servicio de los demás, es ver con mis ojos espirituales más allá de lo que mis ojos carnales ven, es ver las cosas que no son, como que si fueran, es ir en contra de la corriente, es seguir creyendo en lo que Dios va a hacer a pesar que todos nos dicen lo contrario.
Si realmente confiamos en Dios debemos mantenernos firmes, y no alejarnos de Él. Insistir, persistir y nunca desistir de la oración, pues tu confianza en Dios te hará querer estar cerca de Él.
La fe no nos aparta del mundo
“La luz de la fe no nos lleva a olvidarnos de los sufrimientos del mundo. ¡Cuántos hombres y mujeres de fe han recibido luz de las personas que sufren! San Francisco de Asís, del leproso; la Beata Madre Teresa de Calcuta, de sus pobres. Han captado el misterio que se esconde en ellos. Acercándose a ellos, no les han quitado todos sus sufrimientos, ni han podido dar razón cumplida de todos los males que los aquejan. La luz de la fe no disipa todas nuestras tinieblas, sino que, como una lámpara, guía nuestros pasos en la noche, y esto basta para caminar. Al hombre que sufre, Dios no le da un razonamiento que explique todo, sino que le responde con una presencia que le acompaña, con una historia de bien que se une a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. En Cristo, Dios mismo ha querido compartir con nosotros este camino y ofrecernos su mirada para darnos luz. Cristo es aquel que, habiendo soportado el dolor, inició y completa nuestra fe (Hb 12,2)”.
Papa Francisco
Encíclica Lumen fidei, 57