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Viernes, 13 Diciembre 2024
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Como se ha anunciado, estamos en tiempo especial de gracia, misericordia y bendición.

Dios mediante, el joven Anthony Cordero Rivera será ordenado diácono el próximo 6 de julio en la Catedral de San Isidro, por imposición de manos de Monseñor Juan Miguel Castro, obispo diocesano.

Es hijo de Greivin Cordero Valverde y Floribeth Rivera Sánchez. Para la ocasión eligió como lema: “Arda mi corazón con tu voz”, versículo de Lucas 24, 32.

Según afirma, el proceso formativo del Seminario significó para él un crecimiento integral: “Me ayudó a percibir lo importante de la dimensión humana, que, si no es equilibrada, tampoco lo serán la espiritualidad, el estudio y el servicio pastoral en las comunidades.

“Velar por lo humano quiere decir también reconocer los propios errores, la propia debilidad, todo ello conduce a la misericordia de Dios y a su llamada, porque todo comprueba que esto es por su causa, como respuesta de su amor, y no por meras capacidades humanas”, agrega.

En su camino al sacerdocio, Dios le regaló muchos testimonios de sacerdotes que lo alentaron a continuar, así como comunidades que le ofrecieron el corazón, pero fue la parroquia de Boruca la que marcó un antes y un después, ya que su servicio se dio en el contexto de la pandemia y sus restricciones.También fue significativa esa experiencia porque venía de una fuerte crisis personal, “en la que me enfrenté con muchas dudas vocacionales, y llegar a una parroquia que pese a las limitaciones del momento me acogió y compartir con el párroco el día a día me fue dando una luz nuevamente sobre el significado del ministerio sacerdotal, me hizo enamorarme de la parroquia, es decir, no solo de esa en particular, sino del servicio en el sentido amplio del término”.

Su familia también ha sido fundamental. “En ocasiones, el factor económico fue uno de los cuestionamientos que más me afectaba y no pocas veces pensé intentar solucionarlo si suspendía mi proceso, pero Dios es grande y nunca desampara a nadie, por lo menos lo básico nunca les faltó y de su parte, no cabía que yo me saliera del Seminario, siempre tuvieron en gran valor mi vocación y puedo decir que cada uno de ellos ha sido un custodio de mi vocación”.

Con este título traducido del inglés (Falling Down) se estrenaba hace poco más de 30 años una película que quedaría para siempre en la historia del cine como una premonición sobre el deterioro de la salud mental en nuestras sociedades occidentales.

Su protagonista, Bill Foster, interpretado magistralmente por Michael Douglas, es un hombre aparentemente normal sumido en una vorágine de situaciones complejas que lo llevan a tomar decisiones fatales, destructivas y violentas, que cambiarán para siempre su vida y la de muchos a su alrededor.

El filme retrata la frustración y la tensión propia del mundo urbano moderno, en el que la vida se diluye entre problemas, ambiciones insaciables y sueños rotos de una felicidad ilusoria, en medio de un egoísmo generalizado donde nadie se interesa por nada más que por sí mismo.

Fue lo primero que vino a nuestra mente el pasado lunes 3 de junio por la mañana cuando nos enteramos en las noticias del horrendo crimen de un hombre en un lujoso residencial en Guachipelín de Escazú. Según ha trascendido, el fallecido y quien lo habría asesinado -vecinos de al lado- mantenían un largo historial de problemas que incluso habían derivado en acusaciones judiciales que estaban en curso.

Un video perturbador que captó los hechos revela que luego de una discusión entre las respectivas esposas, según parece por una llave de paso de agua, los hombres se enfrascaron en una disputa hasta que uno de ellos sacó un arma y le disparó al otro en unas 14 ocasiones.

Ahora uno está en el cementerio, otro en la cárcel, hay dos familias destrozadas y un dolor que se extiende a muchísimas personas a su alrededor.

Numerosos editoriales hemos dedicado al flagelo de la violencia que se ha instalado en nuestras relaciones humanas, reflejo de una creciente descomposición social que hunde sus raíces en la pérdida de valores, la nula capacidad de resolución de conflictos y el abandono de la empatía y la fraternidad como formas habituales de comportamiento.

Estas son normas de conducta que se aprenden desde la primera infancia, bebiendo del ejemplo de los padres y creciendo en una cultura de paz, paz primero con nosotros mismos, con nuestro entorno y desde luego con Dios.

Por eso, hay que señalar otro aspecto fundamental en este escenario de violencia en que hemos convertido nuestros barrios, calles y hogares: la grave desestructuración de las familias, los padres y madres ausentes, las agresiones físicas, psicológicas y simbólicas de las que son víctimas muchos de nuestros niños y jóvenes.

Vivimos ahogados en ocupaciones para poder “salir adelante”, ya no hay tiempo para encontrarnos en el hogar, mirarnos a los ojos, escucharnos, dialogar, rezar, resolver juntos los problemas, alegrarnos de lo bueno y acompañarnos en las pruebas.

Toda esta pérdida del sentido de la familia tarde o temprano pasa la factura en heridas emocionales que saltan cuando se juntan la adrenalina y los problemas, nublando toda capacidad de pensamiento sereno y comedido.

No podemos dejar por fuera el crimen y su dinero “fácil”, el maldito narcotráfico que recluta a jóvenes que no ven más salida para sus vidas que formar parte de bandas criminales, entablando guerras por territorio con un saldo de muerte y sufrimiento. Todo sin que, como pareciera, las autoridades puedan hacer lo suficiente.

La tecnología, con todo lo bueno que tiene, también acarrea riesgos muy grandes en detrimento de los principios y valores de paz. Hoy nuestros niños se acostumbran a usar armas, recargarlas y “matar” a través de los videojuegos, en los que se premia al que es más cruel y al que más sangre derrama.

Ni se diga del torrente de contenido nocivo digital que muchos jóvenes consumen diariamente, la pornografía cada vez más despiadada y la proliferación de ideologías contrarias al bien y la verdad.

A propósito de la entrevista que esta semana hicimos a la señora Ministra de Educación, hay que señalar las deficiencias de un sistema educativo que para muchos resulta excluyente, donde en los últimos años se ha quitado autoridad a los docentes y para el cual ya no existen responsabilidades de parte de los estudiantes, sino solo “derechos”. El nefasto resultado está a la vista.

Desde luego, tenemos también un problema relacionado con la tenencia y portación de armas. ¿son realmente rigurosos los exámenes psicológicos necesarios para obtener un permiso?, y más allá de eso, ¿qué se hace para controlar el millonario mercado negro de armas ilegales que circulan tan fácilmente en el país?

“Monseñor, en este tiempo, también por la guerra de Israel en contra de los musulmanes de Gaza, se escuchan comentarios más que antes, acerca de su religión, del islam y de su libro sagrado, el Corán. He oído que en este libro, se habla y, con respeto, también de María y de Jesús, lo cual me ha sorprendido. Monseñor, ¿podría saber concretamente lo que dice el Corán de Jesús y de María? Espero que esto no le exija mucho tiempo; le agradezco su atención y pido su bendición”.

Hugo Cortés O. - San José.

 

Estimado don Hugo, no se preocupe en absoluto. No me quita mucho tiempo contestarle, ya que tengo (y desde hace ya muchos años) el Corán entre mis libros de estudio. En la “sura” tercera (lo que equivale a “capítulo”), encontramos afirmaciones realmente sorprendentes acerca de Jesús y de María. En los versículos desde el 45 al 50 del capítulo (sura) tercero encontramos diez afirmaciones en relación con Jesús:

Se dice que Jesús es la Palabra de Dios.

Se declara que Jesús es Espíritu de Dios.

Se afirma que Él habló cuando solo tenía dos días de haber nacido.

Que dio vida a un pajarito hecho de barro.

Se afirma que Él dio la Escritura (Biblia) al mundo.

Que curó a muchos enfermos.

Que, inclusive, resucitó a muertos.

Que Él está vivo.

Que se fue al Cielo.

Y que Él volverá.

Lo que se dice en los números 3 y 4, fue transmitido por libros apócrifos, es decir, por esos escritos que intentaban llenar los silencios de los Evangelios, acerca de los primeros años de la infancia y que, obviamente, no son textos inspirados… Todo lo demás, como usted, don Hugo, y cualquiera que conozca nuestra Sagrada Escritura, sabe que lo que acabamos de presentar de Jesús, corresponde a la verdad. ¡Y esto, obviamente, nos sorprende!

Nada de todo esto se afirma en el Corán de Mahoma… No se dice que Mahoma haya curado a enfermos, ni se afirma que tenga que volver. Se recuerda, sencillamente, que murió y no se dice que tenga que volver.

Era obvio que, desde cuando empezó a difundirse el Corán, los expertos (cristianos y no cristianos) en historia de las religiones, se preguntaran acerca del posible Autor de estas afirmaciones tan atinadas acerca de Jesús. Cuando, además, en el versículo 47 de la misma sura 3 (capítulo) se afirma que María concibió a Jesús sin colaboración de varón. He aquí el texto: “Dijo ella: Señor, ¿Cómo pueda tener un hijo, si no me ha tocado mortal? Dijo (¿el Ángel?): Así será. Dios crea lo que Él quiere. Cuando decide algo, le dice tan sólo: ¡Sé!, y eso es” (3, 47).

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