Mensaje de la Conferencia Episcopal de Costa Rica
Con respecto al Reglamento Sanitario Internacional, que es un instrumento legalmente vinculante, que cubre medidas para prevenir la propagación internacional de enfermedades infecciosas, aprobado por la 58.ª Asamblea Mundial de la Salud en el año 2005, y aprobado en el ordenamiento jurídico costarricense, mediante el Decreto Ejecutivo para la Oficialización del Reglamento Sanitario Internacional, Número 34038,
LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE COSTA RICA MANIFIESTA:
Melico reía a carcajada limpia cuando recordaba las carreras y congojas para conseguir los doscientos y pico de colones que costaba el viaje a Italia en un trasatlántico con pasaje de tercera clase.
Conseguir dos o trescientos colones a principio del actual siglo, era una empresa de gigantes. Nadie tenía un céntimo de sobra, salvo claro está, los usureros que en aquellos dorados tiempos cobraban el dos por ciento de interés en las operaciones de préstamo, pero éstos quedaron descartados porque para prestar cien colones, exigían además del fiador, la hipoteca de la casa. Los Salazar Zúñiga no tenían bienes raíces y en consecuencia no podían aspirar a préstamo de tal laya.
Estaban pensando en una colecta entre toda la familia, en la que se sumarían a hermanos, primos y tíos y hasta a algún amigo generoso, cuando ocurrió algo verdaderamente providencial que vino a salvar la difícil situación en que se encontraba el novel tenor de ópera. Se acercaba el día de la Virgen de la Candelaria, celebrado tradicionalmente en la Villa de Paraíso. Tres o cuatro vecinos de aquel lugar, llegaron a Cartago para tratar con un maestro de capilla, lo concerniente a la música para la novena y la fiesta religiosa de la patrona. Por alguna razón no encontraron al maestro de capilla en su casa y entonces resolvieron buscar a don Manuel Salazar, el tenor, para que él se encargara del contrato.
Desde los albores de su larga historia, la humanidad ha sentido siempre la necesidad de hombres que, mediante una misión de muy diversos modos a ellos confiada, fueran como mediadores ante la divinidad y se relacionaran con Dios en nombre de todos los demás. Hombres encargados de ofrecer a Dios oraciones, sacrificios, expiaciones en nombre de todo el pueblo, el cual ha sentido siempre la obligación de rendir culto público a Dios, reconocer en Él al Supremo Señor y primer principio, tender a Él como fin último, darle gracias y hacérselo propicio y esto aunque, en muchas épocas y lugares se hubiera oscurecido, en gran medida, al verdadero Dios con divinidades falsas. Con los primeros fulgores de la revelación divina aparece la misteriosa y hasta extraña figura de Melquisedec (Gén 14,18), sacerdote y rey, a quien el autor de la Carta a los Hebreos ve como figura anticipada de Jesucristo (ver Heb 5,10; 6,20; 7, 1-11, 15).
En los tiempos más antiguos del pueblo de Israel, los jefes de cada familia (Gén 31,54), así como también los reyes, eran los “sacerdotes familiares” y estaban a cargo de las oraciones y sacrificios, para pedir a Dios protección y paz para ellos, lo mismo la fertilidad de la tierra y de los animales. Durante la travesía del éxodo por el desierto del Sinaí, Dios constituyó al pueblo de Israel como "un reino de sacerdotes y una nación consagrada" (Éx 19,6). Pero dentro de ese pueblo, todo él sacerdotal, escogió una de las doce tribus, la de Leví, para el servicio litúrgico. Estos sacerdotes eran consagrados mediante un rito propio (ver Éx 29,1-30) y sus funciones, deberes y ritos, así como sus vestiduras, vienen establecidos minuciosamente y ampliamente descritos, sobre todo, en el libro del Levítico.
Los varones pertenecientes a esta tribu sacerdotal por excelencia, no recibieron ninguna parte de herencia, cuando el pueblo llegó a establecerse en la tierra prometida. Dios mismo fue la parte de su heredada (ver Jos 13,33). Estos, sin embargo, en sus orígenes y en los diversos santuarios de Israel, se dedicaban sobre todo, a conocer la voluntad de Dios, que expresaban en forma de “designio” o de “oráculo sacerdotal” con valor normativo (Jer 18,18).
“Monseñor: he podido enterarme que sigue contestando a las preguntas que le dirigen los lectores del Eco, como lo hacía antes de la pandemia. Hace tiempo que deseaba preguntarle acerca de la Santa Sábana de Turín. ¿Podemos hablar de ella como de una reliquia de Jesús? En su momento, escuché a un sacerdote que, en una homilía, así la presentó. Sin embargo, también escuché que la autoridad de la Iglesia no pretendía asegurar que sea así. Monseñor, ¿con qué conviene quedarnos?”.
María de los Ángeles Vargas Ch. - Cartago
Estimada María de los Ángeles, he aquí una primera constatación: los estudios y las múltiples investigaciones y desde distintos intereses, siguen sin detenerse acerca de la Santa Sábana o Síndone. Podemos afirmar que se sigue, y muy fecunda, una ciencia llamada precisamente “sindonología”… Ya se van publicando algunos tratados de Cristología que integran en su exposición, no sólo una referencia al “Hombre de la Síndone”, refiriéndose a la imagen que aparece misteriosamente en la Santa Sábana, sino, comentando aspectos e inclusive, detalles de la pasión sufrida por Él, que coinciden con cuanto nos narran los Evangelios.
Cómo haya podido producirse, sobre aquella Sábana, la imagen del Crucificado, sigue siendo objeto de sorpresa y, entonces, de investigación. Hay, sin embargo, un sustancial acuerdo, ahora más que en el pasado (aunque no tan lejano), ya que se tiene presente el modo tradicional con que eran sepultados los judíos que habían muerto con una muerte violenta. Ya que la sangre era considerada la “parte” más importante de un cuerpo humano, no se lavaba su cadáver (como en los otros casos), sino, que se sepultaba como había quedado en el momento de la muerte. Y entonces, con posibles heridas que sangraban.
De acuerdo con este tradicional rito, en el caso de Jesús, cuando se le llevó a la sepultura, primero se extendió sobre la larga tabla de piedra, que era la tabla funeraria, una abundante cantidad de aroma y sal; sobre ella se extendía la larga y amplia Sábana que cubriría completamente el cadáver de Jesús. Una vez cubierto, sobre la Sábana (o larga tela), se repetía el esparcimiento de otra notable cantidad de aromas y sal.
Luchó contra el cáncer durante 10 años, la enfermedad iba y venía, regresaba cada vez con más fuerza. Tenía el cuerpo con quemaduras y la piel se le arrancaba a causa de las tantas sesiones de radioterapia. Recibió un diagnóstico de infertilidad. Fue desahuciada dos veces.
Hoy Pamela Arguedas tiene 31 años de edad y un hijo, que para ella representa un arco iris tras aquellos largos días de oscuridad. Los últimos exámenes mostraron que ya no hay rastros de células cancerosas en su cuerpo y ella agradece al Señor por esto.
Esta joven contó su testimonio en el Podcast En Libertad, un proyecto creado por jóvenes católicos. Usted puede escuchar los episodios en la plataforma Spotify (/En libertad) o en YouTube (@EnLibertadbyTeAmoDeVerdad).
¿Por qué a mí si yo te ayudé?
El primer episodio de En Libertad se titula “Mi turno de tocar la campana”. Precisamente, es la historia de Pamela, vecina de Atenas. Esta joven sirvió durante mucho tiempo en la Pastoral Juvenil. A partir de sus 20 años de edad, vivió un calvario tras recibir su diagnóstico de cáncer (linfoma de Hodgkin).
Al principio, los médicos le informaron que se trataba de un caso manejable. Recibió tratamiento, pero al poco tiempo el cáncer regresó más violento. Se sometió de nuevo a terapia.
Esta vez comenzó a perder el cabello, las uñas y las pestañas, todo lo que comía lo vomitaba, sentía mucho dolor y gran debilidad. Fue entonces, admite, cuando quiso rendirse. Empezó a pelear con Dios. “¿Yo te ayudé? ¿Por qué a mí? ¿Qué hice?”, preguntaba. “Hubo tres meses que dije: “Salado Dios, Él no quiere que esté con Él, no vuelvo a la Iglesia”.
Era tanto el dolor que le decía al Señor: “O me ayuda o me lleva, pero no puedo estar así”. No obstante, una noche se sentía muy mal y pensó: “¡Qué tonta! El único que me puede ayudar es Dios”. Pidió perdón. Tiempo después tuvo una mejoría.