Nunca olvidaré el día que vi al Papa Juan Pablo II por primera vez. Era marzo de 1983. Yo tenía nueve años. Junto a mis padres y hermanos, toda mi familia se reunió temprano a la vera del camino entre Heredia y San José para verlo pasar. Después de varias horas, dada la multitud que le esperaba en todo el recorrido, la caravana pasó frente a nosotros.
Ciertamente, tuvimos mucha suerte. La gente comenzó a cerrar la vía en busca de un lugar para tomar fotos. El papamóvil tuvo que bajar la velocidad, prácticamente se detuvo, y pasó casi pisándonos los pies. Entonces, tan solo separados por un cristal e irradiando un carisma extraordinario, Juan Pablo II me miró, me sonrió y me bendijo. Inmediatamente brotaron lágrimas. Ese momento quedará grabado en mi memoria por siempre. En cuestión de segundos el Papa había logrado hacerme sentir afortunado, seguro y bendecido.
Años después, al conocer testimonios similares, comprendí que este tipo de experiencias eran comunes. Karol Wojtyla tenía el don—propio de muchos santos—de hacer sentir especiales a quienes se le acercaban. Su capacidad para comunicarse y relacionarse con las personas a partir de una comprensión profunda de las motivaciones, los deseos y, sobre todo, las contradicciones del ser humano, fue una virtud que le permitió cambiar la historia. De hecho, Juan Pablo II fue un papa que elevó a niveles insospechados su liderazgo e influencia mundial al romper esquemas con total naturalidad, y así convertir supuestas contradicciones en bendición. Hay infinidad de ejemplos de esto. Señalo tres que me parecen especialmente significativos.
En primer lugar, demostró que “el pensar” y “el hacer” son virtudes que deben crecer juntas en la vida de todo ser humano. Por un lado, además de teólogo, filósofo, políglota y poeta, durante sus 26 años encabezando la Iglesia Católica el Santo Padre produjo—entre otros—14 Encíclicas, 15 Exhortaciones Apostólicas, 11 Constituciones Apostólicas, 44 Cartas Apostólicas, 5 libros y más de 20 mil discursos. En todos ellos, con magistral consistencia, resalta la fidelidad al Evangelio, y el valor y la dignidad de la persona humana.
Por otro lado, además de deportista y actor, Juan Pablo II fue el papa más viajero de la historia (visitó 133 países en sus 104 viajes pastorales internacionales, además de otras 146 visitas a lo interno de Italia). Igualmente, fue el Pontífice que ha compartido con mayor número de personas (celebró más de 1.000 audiencias generales semanales y recibió a más de 17 millones de fieles, entre los que se suman más de 500 jefes de Estado o de Gobierno), y el que ha proclamado más santos (482) y beatos (1.341) de todos los tiempos y de todos los orígenes.
En segundo lugar, a partir de potenciar similitudes y respetar diferencias, y de tener la sabiduría para considerar las dos versiones de todo conflicto, Juan Pablo II nos enseñó que con paciencia, humildad y tenacidad es posible la paz. El Papa fue un apóstol de la unión, un abanderado del ecumenismo. Así, tuvo acercamientos y lideró gestos históricos (su visita a la mezquita de Siria, a la sinagoga de Roma y su viaje a Israel fueron especialmente relevantes) con religiones tales como el Judaísmo, el Islam, el Budismo y, en general, con el Cristianismo, particularmente con los ortodoxos, los anglicanos y los luteranos, entre otros. Igualmente, se pronunció sin ambages y medió para apaciguar a gobiernos dictatoriales, buscar acercamientos en los conflictos de Medio Oriente, acabar con disputas en América Latina, conseguir auxilio para el drama africano, poner fin al comunismo y “humanizar” el capitalismo.
En tercer lugar, el Papa Juan Pablo II nos demostró que quien guía a los pueblos debe tener la capacidad de conciliar pasado y futuro al construir el presente. Más que un conservador o un liberal (calificativos que le molestaban), este gran Papa fue un “integrador” que se valió de sus dones y de los recursos que tuvo a la mano para sacar adelante la tarea que le fue encomendada por el Creador. Por un lado asumió posiciones—si se quiere—tradicionales en temas centrales como la ordenación de mujeres, el celibato sacerdotal, la sexualidad, la protección a la vida (aborto y eutanasia) y el fortalecimiento de la familia. Por otro, fue un Pontífice de avanzada en el respeto a la diversidad cultural, en el manejo de los medios de comunicación (en especial la televisión y el Internet), y en la difusión focalizada de su mensaje al dirigirse a grupos específicos de la Iglesia y la sociedad. En este sentido, se valió de la tecnología para “hablarle” magistral y directamente, entre otros, a los niños, los jóvenes, las mujeres, los ancianos, los matrimonios, las familias, los sacerdotes y los gobernantes.
El Tiempo de Cuaresma inicia con el Miércoles de Ceniza, que es hoy 22 de febrero. Este itinerario de 40 días nos llevará a la Semana Santa y a la Pascua, centro de nuestra fe.
El Miércoles de Ceniza para los católicos es un día de ayuno, abstinencia, oración y confesión. En las iglesias durante este día, en Eucaristías generalmente abarrotadas, se realiza la tradicional imposición de ceniza sobre la cabeza de los fieles.
Esta tradición perdura desde el siglo IX y existe para recordarnos que, al final de nuestra vida, sólo nos llevaremos aquello que hayamos hecho por Dios y por los demás.
El término “ceniza viene del latín cinis” siendo el producto resultante de la combustión del fuego. Este residuo frío y polvoriento pronto adquirió un sentido simbólico de muerte y caducidad, así como de humildad y penitencia.
Hoy miércoles 11 de enero, el Papa Francisco ha iniciado un nuevo ciclo de catequesis en su audiencia general de los miércoles. En esta ocasión se refiere a la pasión evangelizadora, o celo apostólico. Este es el resumen en español leído hoy por el Santo Padre.
"En esta catequesis comenzamos un nuevo argumento: la pasión por la evangelización o, dicho de otro modo, el celo apostólico. Una dimensión esencial de la Iglesia es ser misionera, salir a irradiar a todos la luz del mensaje evangélico. Cuando esta dimensión se pierde, la comunidad se enferma, se cierra en sí misma y se atrofia. Son los cristianos atrofiados.
En tres ocasiones Monseñor José Francisco Ulloa, obispo emérito de Cartago, se encontró con el fallecido Papa Benedicto XVI. La primera vez fue en Aparecida, Brasil, en el año 2007, en la apertura de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano. Monseñor Ulloa lo recuerda como un encuentro maravilloso, por la profundidad del mensaje que ofreció el Santo Padre, que iluminó todo el encuentro y su documento final, cuya redacción coordinaba precisamente el cardenal argentino Jorge Mario Bergoglio, hoy Papa Francisco.
El segundo encuentro, un año más tarde sería en el marco de la Visita ad Limina de los obispos costarricenses. “Nos dirigió un mensaje hermoso y nos recibió a cada uno para conversar sobre la situación de las diócesis a nuestro cargo. Era un Papa sencillo, humilde, amable, me escuchó con una mirada serena y mucha paz, salí de ahí pensando que era un santo, él me comunico esa santidad que yo noté en él”, asegura Monseñor.
Testamento espiritual del Papa emérito Benedicto XVI
Escrito el 29 de agosto de 2006.
Mi testamento espiritual
Si en esta última hora de mi vida miro hacia atrás a las décadas que he viajado, primero que nada veo cuántas razones tengo para estar agradecido. Agradezco primeramente a Dios mismo, al dispensador de cada buen regalo, que me ha dado la vida y me ha guiado en varios momentos de confusión; siempre levantándome cada vez que empezaba a resbalar y siempre dándome la oportunidad nuevamente y de su rostro. Retrospectivamente veo y entiendo que hasta las partes oscuras y agotadoras de este camino fueron para mi salvación y que en ellas Él me guió bien.