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Viernes, 13 Junio 2025

El comienzo de la vida pública de Jesús acontece en una fiesta de bodas, momento de mucha alegría y esperanza. Por esto mismo, las bodas de Caná tienen un significado simbólico muy fuerte.

Siguiendo con los protagonistas del Evangelio de San Juan y habiendo visto, en el domingo anterior, a la madre de Jesús en las bodas de Caná (Jn 2,1-12), hoy nos podemos preguntar sobre el novio ¿Quién es? ¿Por qué no es nombrado? Pues, sabemos que entre nosotros, cuando somos invitados a una celebración de bodas, en la tarjeta de invitación, sabemos los nombres de los futuros esposos o nos enteramos de otra manera. Pero en la narración de las bodas de Caná, ignoramos sus nombres o quiénes son estos jóvenes judíos de Caná y del susodicho novio, solamente se nos dice lo siguiente:

El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al novio y le dijo: “Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bastante, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento” (Jn 2,9-10)

 

¿Quién es el novio o esposo?

 

Les pedimos a ustedes que lean en su ejemplar de la Biblia o del Nuevo Testamento, allá en su casa, el texto completo de Juan 2,1-12. Verán el comienzo de la vida pública de Jesús, que acontece en una fiesta de bodas, momento de mucha alegría y esperanza. Por esto mismo, las bodas de Caná tienen un significado simbólico muy fuerte. En la Biblia, el matrimonio es la imagen usada para significar la realización de la perfecta unión entre Dios y su pueblo. Estas bodas entre Dios e Israel eran esperadas desde hacía mucho tiempo, ¡más de ochocientos años! Y Yahvé era presentado como el Esposo fiel y apasionado por su pueblo (ver Os 2,21-22; Is 62,4-5).

Y precisamente en una fiesta de bodas, junto a una familia y una comunidad, Jesús realiza su “primer signo” (Jn 2,11). La madre de Jesús se encontraba en la fiesta. Jesús y sus discípulos fueron invitados. O sea, la madre de Jesús formaba parte de la fiesta, simbolizando a la antigua alianza, al pueblo de Israel. También Jesús está presente, pero vestido de invitado (aparentemente). Él no forma parte del Antiguo Testamento. Junto a sus discípulos, él es el Nuevo Testamento que está llegando. La madre de Jesús ayudará al dar el paso del Antiguo al Nuevo Testamento.

Sin embargo, san Juan en su relato introduce una modificación. En el Antiguo Testamento siempre es Yahvé, a quien se anuncia como el novio de la boda. En cambio, san Juan presenta a Jesús como el “novio” que se desposa o casa en Caná. Y lo primero que hace Jesús es suministrar una gran cantidad de vino a los invitados de la fiesta, cambiando 600 litros de agua en 600 litros de vino… ¡Demasiado guaro!, diríamos en Costa Rica, máxime para aquella gente que ya había bebido bastante. El verbo griego que se emplea aquí es “methúo”, que significa literalmente “emborracharse”, “embriagarse”.

“Monseñor, hace poco he recibido una larga oración dirigida a siete Arcángeles. A San Gabriel se le pide el don de la fe para sostener nuestro caminar cristiano; a San Josifiel, que ilumine nuestros pensamientos; a San Chamuel, el poder cohesivo del amor; a San Miguel, la orientación para que nos guíe correctamente; a San Rafael que confirme la sanación de las heridas pasadas; a San Uriel, la paz y la tranquilidad interior; a San Zadkiel, el saber perdonar. Monseñor, ¿por qué la gente tiene devoción a ángeles que la Sagrada Escritura no menciona? Me gustaría que me lo explique”.

Emma L. M. – Santa Cecilia de Upala 

Estimada Emma, no he transcrito íntegra la larga oración dirigida a los siete arcángeles, que usted me envió, porque hubiese ocupado demasiado espacio.

Los dones que en ella se piden, no cabe duda, son muy apropiados para una vida verdaderamente cristiana, como lo son la fe, el amor, el acertar en el camino, la sanación interior, una gran capacidad de perdón…

La madre de Jesús

Noviembre 13, 2020

María simboliza al pueblo de Israel que, en el Antiguo Testamento, es presentado muchas veces, como novia o esposa de Israel.

Muchas veces hemos escuchado, tanto en la predicación, las homilías, la catequesis y en especial, en la celebración del sacramento del matrimonio, el bello relato de las bodas de Caná, en donde aparece y destaca la madre de Jesús. A ella hoy queremos referirnos:

Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: “No tienen vino”. Jesús le respondió: “Mujer, ¿qué tenemos que ver nosotros? Mi hora no ha llegado todavía”. Pero su madre dijo a los sirvientes: “Hagan todo lo que él les diga”.

Había allí seis tinajas de piedra destinadas a los ritos de purificación de los judíos, que contenían unos cien litros cada una. Jesús dijo a los sirvientes: “Llenen de agua estas tinajas”. Y las llenaron hasta el borde. “Saquen ahora, agregó Jesús, y lleven al encargado del banquete”. Así lo hicieron. El encargado probó el agua cambiada en vino y como ignoraba su o rigen, aunque lo sabían los sirvientes que habían sacado el agua, llamó al esposo y les dijo: “Siempre se sirve primero el buen vino y cuando todos han bebido bien, se trae el de inferior calidad. Tú, en cambio, has guardado el buen vino hasta este momento”.

Este fue el primero de los signos de Jesús, y lo hizo en Caná de Galilea. Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él. Después de esto, bajó a Cafarnaúm con su madre, sus hermanos y sus discípulos, y permanecieron allí unos pocos días (Jn 2,1-12).

 

¿Es María?

 

Tantas veces hemos escuchado este relato de las bodas de Caná, que estamos acostumbrados a pensar que allí, efectivamente, estaba la Virgen María en aquella celebración de novios, preocupada para que, en el momento apropiado, poder intervenir y propiciar el cambio del agua en vino, en aquel primer milagro realizado por su Hijo Jesucristo. Pero llama la atención que ella no es nombrada por su nombre propio, pero es llamada “mujer” por su Hijo, cuando tuvo que haberla llamado “mamá” o “madre” y cuando el mismo San Juan, conocía el nombre de José, el padre adoptivo de Cristo (Jn 1,45; 6,42).

Además, no se dice que ella fuera invitada, sino “que estaba allí” (Jn 2,19). Es como si ella formara parte de la fiesta, del ambiente y lugar en que se celebraba el matrimonio. En cambio, de Jesús se dice “que fue invitado con sus discípulos”. Es decir, que no había sido invitado, sino que llegó de afuera. Y, como si fuera poco, es extraño que Jesús la llamara mujer, como ya hemos visto. Además, no existe ningún pasaje de la Biblia, en el que un hijo se dirija a su madre biológica, llamándola mujer.

De manera que María, en este relato, tiene una fuerte carga simbólica. Recordemos que entre nosotros, como también en Israel, el término “mujer” no solamente se refiere a una persona del sexo femenino, sino que denota a la esposa o a la novia. De allí que muchas veces los maridos, al hablar de sus esposas, las llaman “mujer” (“Mujer ¿ya está el almuerzo?”; “apúrate mujer”; “voy a hablar con mi mujer”; “la mujer de Fulano”, etc). Es decir, es la esposa y por eso, en las bodas de Caná, María simboliza al pueblo de Israel que, en el Antiguo Testamento, es presentado muchas veces, como novia o esposa de Israel. Es por eso que en el esta bella narración, no se nombra a la esposa o la novia. Porque la novia es el pueblo elegido de Dios, quien muchas veces, aparece presentado como el Esposo fiel, que quiere desposarse con su pueblo en una alianza de amor (ver Os 1-2; Jer 2,2; 3,1-12; Is 54,4-8; 62,4-5).

 

“Hagan todo lo que él les diga” (Jn 2,5)

 

A lo largo del relato aparecen nuevos personajes, los sirvientes, y la madre de Jesús les dice que se pongan a la completa disposición de él. Ella no conoce los planes de su Hijo, pero afirma que hay que aceptar su programa sin condiciones y estar preparado para seguir cualquier indicación suya. En el contexto de la alianza de bodas, en que se desenvuelve la escena, la frase de María a los sirvientes adquiere todo su significado. Su frase hace alusión a la que pronunció el pueblo en el Sinaí, comprometiéndose a cumplir todo lo que Dios les mandase (Éx 19,8: "haremos cuanto dice el Señor").

María, representando al verdadero Israel, comprende por las palabras de Jesús que la antigua alianza ha caducado y que el Mesías va a inaugurar una alianza nueva; por eso pide a los sirvientes que den su fidelidad a la alianza que Él va a promulgar. Ella aquí simboliza al nuevo Israel, a la esposa fiel de Jesucristo, el enviado divino, que viene a revelar su gloria como Mesías y a realizar el sueño de los profetas, de las bodas de Dios con su pueblo (Os 2,16-25; Jer 2,1-2; Ez 16; Cantar de los Cantares).

 

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La Palabra o el Verbo

Noviembre 01, 2020

La Palabra de Dios entra en la persona y hace con que ella se siente acogida por Dios como hija o como hijo. Es el poder de la gracia de Dios.

En los días de Navidad, especialmente el 25 de diciembre, en el que los cristianos celebramos el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, escuchamos este bello himno introductorio del Evangelio de San Juan, a manera de villancico, que nos habla de la Palabra o el Verbo:

En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio junto a Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada Lo que se hizo en ella era la vida y la vida era la luz de los hombres, y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la vencieron… La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre, viniendo a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció.

Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; los cuales no nacieron de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre sino que nacieron de Dios.

Y la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Unigénito, lleno de gracia y de verdad. Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia. Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha contado (Jn 1,1-5.9-14.16-18).

 

Himno a la Palabra o al Verbo, Dios y hombre

 

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