El Coronavirus, todo mal, el físico, el psicológico, el moral… A propósito, san Agustín, comentando aquello de que para los que aman a Dios todo lo que les sucede es para bien (véase Romanos 8,28), advierte “aún los pecados”. Y, como ilustración, se cuenta que una religiosa está leyendo un libro y se le cae al piso el señalador que representa a Jesús. La mujer corre a levantarlo, lo abraza y besa, y, oye que el Señor le susurra: Yo también si caes en algún pecado, te levanto, abrazo y beso, y te digo que te quiero… (Alguien, en plan de broma, comentaba que “si dan ganas de caerse…”).
No, pero nos sirve, repito, de ilustración para ver cómo se convierte el mal en bien, aún el moral, el pecado que, dicho sea de paso, puede ser origen de otros males y de toda índole.
Reinterpretando pasajes, sobre todo del Antiguo Testamento, que atribuyen modos de ser humanos (antropomorfismos) hay que decir que Dios, nuestro Creador y Padre, Amor (véase 1Juan 4,8) no manda males, no castiga, ni prueba, pero sí permite el mal y, por lo mismo tiene que ser para bien. Y el primero y principal es que nos volvamos a Él y entendamos a la luz de la fe, que es así.
Llevados por los sentidos y el no entender, se atribuye el mal a los fenómenos naturales, la mala voluntad de la gente, la fatalidad, el diablo. Todo ello existe, pero sujeto al Todopoderoso que no quiere el mal, pero que lo permite, y ha de ser para bien. Ni un cabello de la cabeza se nos cae sin que Él lo sepa y lo permita (véase Mateo 10,29-30).
Así que hay que prevenirlo, a la luz de la fe y el ejemplo de los santos, con Jesús y María a la cabeza, y nuestra misma experiencia, para que cuando nos sobrevenga un mal como el Covid-19, seamos capaces de convertirlo en bien, según los casos: buscar más a Dios; evitar ocasiones de incurrir en vicios y pecados; superar el materialismo consumista; aprender a vivir en medio de dificultades; ser más solidarios y compartir; valernos de los medios tecnológicos modernos para bien y no para mal; respetar y cuidar la naturaleza…
Y, para los más creyentes y en definitiva y resumen, unirnos consciente y libremente, en el padecer y morir de Jesucristo, para hacerlo también en su resurrección y glorificación. Y esto, ya desde ahora, y en la vida eterna.