Viendo la televisión, escuchando la radio o leyendo los periódicos, parece que la guerra ha terminado en Siria. Los medios de comunicación ya no hablan de ella, o casi. Esto lamenta al Padre Firas Lutfi, un franciscano de Tierra Santa, pero sobre todo un sirio en Siria. Le importa mucho, porque se quedó en su país durante todos los años de la guerra. “Es cierto que en algunas zonas los combates han cesado -dice- pero hay que tener en cuenta una realidad: la guerra duró nueve años. Ha habido destrucción masiva, casas demolidas, barrios en ruinas, iglesias que necesitan reconstrucción... La mitad de la población, hablamos de 23 millones antes de la guerra, no está más, entre muertos, refugiados y desplazados”.
Así es como el Padre Firas describe la situación actual de su país, donde la vida es muy difícil. Demografía y economía de rodillas. Los jóvenes se han ido. Los niños y las mujeres, tanto los que se han quedado como los que ahora viven en campamentos de refugiados, sufren un profundo trauma psicológico. Las sanciones económicas, el embargo “que Occidente, desgraciadamente, sigue renovando contra Siria, pensando en golpear a los responsables de la guerra”, afectan en realidad a la población normal, a los inocentes, los niños y los más pobres. Así que actualmente es una lucha por la supervivencia, contra la pobreza.
Como iglesia, como franciscano, el Padre Firas nunca se resignó. Por supuesto, a momentos parecía que todo se derrumbaba y que no había nada que hacer. Pero un corazón franciscano no puede abandonar. Así comenzó a buscar posibles soluciones. “¿Cómo puedo ayudar a mi gente?”, se preguntó muchas veces.
Actualmente se están llevando a cabo dos proyectos para niños en Siria. Uno, en la ciudad de Alepo, donde vivió el Padre Firas durante la guerra. El proyecto se llama “arte terapéutico”. Detrás de este nombre hay todo un equipo de personas y especialistas que hacen todo lo posible para ayudar a los niños y niñas a recuperarse de ese trauma psicológico que les ha afectado profundamente. Así lo dice el franciscano: “Es un gran centro donde hay música, deporte, natación, hemos puesto a su disposición una hermosa piscina porque durante la guerra no podían jugar, salir de casa, estudiar, por miedo a ser asesinados”.
También hay otro proyecto muy interesante. Cuando los yihadistas dejaron Alepo en 2017, la situación encontrada por el Padre Firas era aterradora: “niños de 4 o 5 años que viven con su madre o a veces con su abuela porque sus padres ya no están allí. Algunos abandonados a su suerte, nunca han asistido a la escuela. Por no mencionar el drama psicológico y la acumulación de miedos, de terror, que sufrieron durante los combates”.
Se han creado dos centros que albergan a 500 niños y niñas de 3, 4 y hasta 16 años de edad. El sacerdote subraya que ambos nacieron de la amistad con el mundo musulmán.
Este proyecto, esta colaboración con los musulmanes, tiene un fuerte significado para el Padre Firas. Demuestra la posibilidad de dar sentido a la vida, un sentido profundo, un sentido a la existencia y que nunca es demasiado tarde para actuar y hacer el bien. Y añade: “El diálogo no sólo se hace alrededor de una mesa, sino trabajando juntos, mano a mano, corazón con corazón. Y allí nace la verdadera reconstrucción de Siria que llegará con el tiempo, puede que tarde 30, 50 años, pero la verdadera reconstrucción no nace de los ladrillos sino de la reconstrucción del hombre, del ser humano dentro de nosotros”.