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El fariseo y el publicano

By Pbro. Mario Montes M. Mayo 30, 2020

Dos hombres orantes pero muy distintos ¿En qué nos parecemos a ellos? ¿En lo que somos o en la forma de rezar ante Dios, único justo? ¿Qué nos enseña el Papa Francisco?

Muy conocidos son estos dos personajes que presentamos (Lc 18,9-14), en la parábola de Jesús, a continuación de la viuda y del juez del domingo anterior (Lc 18,1-8), en la que el Señor enseñaba sobre la oración insistente. Por contraste, aparecen estos dos hombres orantes, un publicano y un fariseo, como veremos:

Y refiriéndose a algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás, Jesús dijo también esta parábola: “Dos hombres subieron al Templo para orar; uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, de pie, oraba así: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres, que son ladrones, injustos y adúlteros; ni tampoco como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago la décima parte de todas mis entradas”.

En cambio el publicano, manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador!”. Les aseguro que este último volvió a su casa justificado, pero no el primero. Porque todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”.

La parábola 

Jesús cuenta la parábola del fariseo y del publicano para enseñarnos a rezar. Jesús tiene una manera distinta de ver las cosas. Ve algo positivo en el publicano, aunque todo el mundo decía de él: “¡No sabe rezar!”. Jesús vivía tan unido al Padre por la oración, que todo se convertía para él en expresión de oración. He aquí una lista de textos del Evangelio de san Lucas, en los que Jesús aparece en oración: Lc 2,46-50; 3,21: 4,1-12; 4,16; 5,16; 6,12; 9,16.18.28; 10,21; 11,1; 22,32.40-46; 23,34.46; 24,30. Ahora bien, la manera de presentar la parábola es muy didáctica. San Lucas presenta una breve introducción que sirve de clave de lectura. Luego, Jesús cuenta la parábola y al final aplica la parábola a la vida. Veamos los tres momentos de la narración: 

• Lucas 18,9: La introducción. La parábola es presentada por la siguiente frase: “A algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás; Jesús dijo esta parábola”. La frase es de Lucas. Se refiere al tiempo de Jesús, pero se refiere también a nuestro tiempo. Hay siempre personas y grupos de personas que se consideran justas y fieles y que desprecian a los demás, considerándolos ignorantes, pecadores e infieles.

• Lucas 18,10-13: La parábola. Dos hombres van al templo a rezar: un fariseo y un publicano. Según la opinión de la gente de entonces, los publicanos o cobradores de impuestos para Roma, no eran considerados para nada y no podían dirigirse a Dios, porque eran personas consideradas impuras y despreciables. En la parábola, el fariseo agradece a Dios el ser mejor que los demás. Su oración no es más que un elogio de sí mismo, una exaltación de sus buenas cualidades y un desprecio para los demás, especialmente para el publicano. El publicano ni siquiera levanta los ojos, pero se golpea el pecho diciendo: “¡Dios mío, ten piedad de mí que soy un pecador!”. Se pone en su lugar ante Dios. Demuestra que el centro de su oración es el Dios de la misericordia, que purifica del pecado (Sal 51,3). Así, como lo hace el orante del Salmo 51, conocido como “Miserere”, su  oración humilde y confiada brota de lo más profundo de su corazón.

• Lucas 18,14: La aplicación. Si Jesús hubiera dejado opinar a la gente y preguntar quién de los dos regresó justificado a su casa, todos hubieran respondido: “¡El fariseo!” (Ya que era ésta la opinión común en aquel tiempo). Pero Jesús piensa de manera distinta. Según él, aquel que vuelve a casa justificado, en buenas relaciones con Dios, no es el fariseo, sino el publicano. Jesús da la vuelta al revés. A las autoridades religiosas de la época, ciertamente no les gustó para nada la aplicación que él hizo de esta parábola.

El Papa, en su homilía de conclusión del Sínodo Amazónico, al presentar estos personajes como un retrato de lo que a veces somos, enseñaba entre varias cosas, lo siguiente:

“… ¡Cuántas veces vemos que se cumple esta dinámica en la vida y en la historia! Cuántas veces quien está delante, como el fariseo respecto al publicano, levanta muros para aumentar las distancias, haciendo que los demás estén más descartados aún. O también considerándolos inferiores y de poco valor, desprecia sus tradiciones, borra su historia, ocupa sus territorios, usurpa sus bienes… 

La religión del yo sigue, hipócrita con sus ritos y “oraciones” -tantos son católicos, se confiesan católicos, pero se han olvidado de ser cristianos y humanos-, olvidando que el verdadero culto a Dios, pasa a través del amor al prójimo. También los cristianos que rezan y van a Misa el domingo, están sujetos a esta religión del yo. Podemos mirarnos dentro y ver si también nosotros consideramos a alguien inferior, descartable, aunque sólo sea con palabras. Recemos para pedir la gracia de no considerarnos superiores, de creer que tenemos todo en orden, de no convertirnos en cínicos y burlones. Pidamos a Jesús que nos cure de hablar mal y lamentarnos de los demás, de despreciar a nadie: son cosas que no agradan a Dios…

Hoy, mirando al publicano, descubrimos de nuevo de dónde tenemos que volver a partir: del sentirnos necesitados de salvación, todos. Es el primer paso de la religión de Dios, que es misericordia hacia quien se reconoce miserable. En cambio, la raíz de todo error espiritual, como enseñaban los monjes antiguos, es creerse justos. Considerarse justos es dejar a Dios, el único justo, fuera de casa… Si nos miramos por dentro con sinceridad, vemos en nosotros a los dos, al publicano y al fariseo. 

Somos un poco publicanos por pecadores y un poco fariseos por presuntuosos, capaces de justificarnos a nosotros mismos, campeones en justificarnos deliberadamente. Con los demás, a menudo funciona, pero con Dios no. Con Dios el maquillaje no funciona. Recemos para pedir la gracia de sentirnos necesitados de misericordia, interiormente pobres. También para eso nos hace bien estar a menudo con los pobres, para recordarnos que somos pobres, para recordarnos que sólo en un clima de pobreza interior, actúa la salvación de Dios…” (Extractos de su homilía en la Eucaristía de Clausura del Sínodo de los Obispos, domingo XXX del Tiempo Ordinario, 27 de octubre del 2019).

Last modified on Sábado, 20 Junio 2020 19:30

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