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Los indígenas costarricenses. Art. 15.

By Pbro. Fernando A. Vílchez C. Junio 18, 2020

En Costa Rica, a partir de la integración de diversas unidades básicas o aldeas, se formaron cacicazgos.

Las “Leyes Nuevas” de 1542 y 1543 marcaron un antes y un después en la forma como España permaneció en América. Sin embargo, el incumplimiento de la ley y el abuso hacia los indígenas no despareció, es una realidad sellada hasta con la sangre de un Obispo y de muchos indígenas.

Hay múltiples testimonios documentales de los “defensores de indios” en ese sentido. Por ejemplo, en nuestro contexto cercano, hay una Real Cédula del 3 de marzo de 1564 dirigida al Gobernador de Nicaragua, la cual, ante informes elevados por el Arcediano de la Catedral de León, P. Lic. Juan Álvarez de Ortega, ordena que se termine con el abuso de los encomenderos que mantienen el “servicio personal” de indígenas sin reconocerles su libertad y su salario, además de ser sujetos de maltratos. En el mismo sentido se expresa otra Real Cédula del 10 de marzo de 1660 -poco más de 100 años después-, que aún en este tiempo, ordena se terminen los malos tratos y la situación de esclavitud en que viven indígenas de Nicaragua, Nicoya y Costa Rica. Las reformas de las “Leyes Nuevas”, fuertes en su espíritu, no cambiaron del todo la situación de los indígenas.

La legislación indiana de protección a los indígenas seguirá su camino hasta que, en 1680, se publica la “Recopilación de las Leyes de Indias”, que recoge la legislación americana dispersa en diversas normas, leyes y reales cédulas, para intensificar así su aplicación y que viene a ser una verdadera constitución de “Derecho Indiano”.

Finalmente, conviene recordar que, al momento del encuentro con Europa, Costa Rica estaba poblada por diversos y dispersos grupos indígenas, por lo que no podemos hablar de una civilización desarrollada propiamente dicha, como las que sí existían especialmente en el norte de Centroamérica, en México, Perú, Bolivia o Paraguay, con los mayas, aztecas, incas, guaraníes y otras culturas precolombinas aborígenes. El territorio actual de Costa Rica fue tierra de encuentro entre esas grandes culturas del sur y del norte del Continente.

En Costa Rica, a partir de la integración de diversas unidades básicas o aldeas, se formaron cacicazgos que, a su vez, sea por vínculos culturales, familiares o fruto de la guerra, abarcaban zonas y grupos más extensos. “El cacicazgo incluía un régimen político regional con una estratificación bien definida, integrada por caciques mayores, caciques y principales. Cada cacicazgo mayor comprendía un territorio delimitado cuya población, aunque ubicada en centros nucleados y distantes unos de otros, era controlada por un cacique mayor, un cacique o un principal” (Claudia Quirós Vargas, 2014).

Estos cacicazgos fueron a los que enfrentaron los colonizadores españoles, que planteaban también la dificultad por la gran diversidad de las lenguas aborígenes. Ya en diciembre de 1544 el entonces “Gobernador de Cartago”, Diego Gutiérrez (1540-1544), muere en la Villa de Santiago, recién fundada por él en las cercanías del Volcán Turrialba, en un levantamiento de los caciques Camaquiri y Cocorí.

Es el caso del cacique Garabito, que dominaba desde la zona de Esparza hasta el Valle Central occidental, llegando a imponerse incluso sobre los votos, en la zona norte del territorio. O el cacique Guarco, que abarcaba el Valle del mismo nombre, y que tenía prerrogativas sobre los cacicazgos de Acserrí y Curridabat y del de Suerre en el Caribe.

En el Pacífico norte el cacique mayor era Nicoya, de quien dependían los caciques o principales Diriá, Paro, Cangen, Nicopassaya y Nandayure y otros cacicazgos menores como Chira, Churuteca, Orotiña, Chome, Zapandí, Pococí, Orosí, Papagayo y Corobicí (Claudia Quirós Vargas, 2014).

También había guerras entre estos cacicazgos, como es el caso del cacicazgo de Acserrí enfrentado con el de Quepo, en tiempos de Juan Vázquez de Coronado (1562-1565), quien logró acuerdos de paz con los caciques de Atirro, Turrialba, Puririsi, Quircot, Abux y Guarco, quedando así pacificada la parte oriental del Valle Central, pero manteniéndose alzados los caciques Garabito y Quizarco en el Pacífico central.

El proceso de integración de ambas sociedades fue arduo y doloroso; al punto que en 1581 el fraile franciscano Fray Juan Pizarro muere en manos de los indígenas de Quepos, el primero en tierras costarricenses. Un caso muy particular, no sólo en nuestro territorio sino a nivel de todo el Continente americano, lo constituye la región de Talamanca, cuyos indígenas valerosa y heroicamente defendieron su cultura y su libertad frente a la presencia española, desde 1605 hasta la segunda mitad del siglo XIX, como mencionaremos más adelante.

Ciertamente hubo destrucción de muchos elementos de las ricas y desarrolladas civilizaciones indígenas americanas, con todo y las leyes que los protegían; así como a nivel mundial aconteció con las antiguas civilizaciones persa, babilónica, egipcia, helenística y romana, cuyos vestigios a duras penas hemos podido conocer, pues en su momento fueron arrasadas y exterminadas por sus “dominadores” -sin que en esos casos se hayan gestado “leyendas negras”-. Es la cruda realidad de los “encuentros” e “intercambios” entre diversos pueblos, culturas y civilizaciones a lo largo de la Historia, cuya práctica aún en el siglo XXI, no dista mucho de frente a valores como el respeto a la dignidad humana, a la cultura y a la civilización, quizás formulados en teoría, pero no siempre vividos ni asumidos.

Es una realidad que en los siglos XV y XVI no difería mucho y a los que no podemos exigirles valores que ni siquiera hoy se respetan; pero que, fruto de la experiencia americana se fueron formulando. España, en mucho de la mano de la Iglesia, buscó integrar al indígena americano a su realidad, aún en medio de los límites de la época, de “luces y sombras” al decir del Documento de Puebla; pero la profunda y original reflexión suscitada, la legislación desarrollada, las múltiples instituciones educativas creadas a todos los niveles -incluida la universitaria-, lo mismo que en el campo de la salud y de otras instancias, la organización eclesiástica con arquidiócesis y diócesis, forjaron la rica identidad mestiza que creó la realidad latinoamericana. Es la semilla esparcida que dará sus frutos a partir de la Independencia con una nueva identidad nacional.

Last modified on Sábado, 20 Junio 2020 19:06

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